Existen cosas en el ser humano, que son innatas en él y que a lo largo del tiempo y a pesar de sus distintas maneras de pensar y de ver la vida, siguen siendo misión de control por el ser humano. Me refiero a la apetencia que tenemos los seres humanos por ser importantes.
En el Evangelio de la liturgia de hoy, podemos observar la preocupación obsesiva, que tenían los discípulos, por saber quién es el más importante. Es decir, aquellos hombres de hace dos mil años, tenían las mismas apetencia que nosotros por ser importante en nuestro entorno social.
Pero por otra parte en el mismo texto evangélico, podemos ver como Jesús se opuso siempre de forma tajante a esta apetencia a la importancia. Y es que Jesús vio en ello, un gran peligro para su comunidad de seguidores.
Y es que, el problema como es lógico está, en que uno quiera ser el más importante y el primero en la comunidad. Y otra es, que la comunidad te reconozca a ti, como parte importante de ella, por tus cualidades, sabiduría, experiencia y sobre todo, por tú seguimiento de Cristo.
Lógicamente; ¿ donde está el problema ?. En que uno quiera ser el más importante, estar por encima de los demás y no al servicio de los demás. Y para lograr eso, lo más seguro es que se tenga que enfrentar a otros, los tenga que humillar o los quiera dominar. Porque todo el que sube de esta manera, indiscutiblemente divide. Y por el contrario, todo el que baja y se humaniza suele unir.
Pero hay algo más grave. Lo peor que hace, el que quiere ser el más importante, es que pretende ponerse por encima de Cristo y hasta por encima de Dios. Es lo que afirma Jesús cuando presenta al niño y dice que en el niño está él y está Dios. Y por último y lo más importante, es que Jesús tampoco tolera la exclusión de nadie, sea del grupo que sea, ya sea de los discípulos de Jesús o vaya por libre.
En definitiva, para Jesús, los últimos son efectivamente los que tienen más categoría.
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Amen.
ResponderEliminarUn abrazo.