Llevamos años con la disputa
del aborto, marcada por una tendencia a favor y otra en contra. Yo, lógicamente
no me siento preparado para aportar nada más que mi escasa opinión: “Soy
antiabortista. Pienso que el aborto es matar una vida humana. Pero pienso también,
que la fe debe dialogar con la ciencia y la sociedad. Otra cosa es que el
Parlamento no pueda ni discutir el problema del aborto, que es un tema
enormemente debatido, sobre el que existen posturas muy contrarias. De ahí que
el legislador, en una sociedad pluralista, tiene el derecho y el deber de
analizar el problema y buscar la mejor solución”.
Ahora bien, lo que si me
preocupa, es la indiferencia que la sociedad va adquiriendo ante el tema del
aborto, al igual que todos los demás temas sociales, religiosos y políticos que
estamos viviendo. Me explico, la primera
vez que vemos o escuchamos una cosa podemos sorprendernos o escandalizarnos,
pero después de mil veces forma parte ya de nuestro mundo cotidiano, que ya no
llama la atención. Deja de inquietarnos, y por lo tanto, desaparece cualquier
aspecto problemático, consiguiéndose lo que interesa hoy una sociedad que no
piense ni se plantee nada. Prueba de ello, es la crisis económica, llevamos ocho
años escuchando que si la prima de riesgo, que si los brotes verdes, los
bancos, la bolsa, el desempleo y los desahucios que hasta nos hemos convencido
de que tenemos que vivir como vivíamos hace 15 años y nos conformamos. Pues lo
mismo esta, pasando con las leyes que regulan el aborto, que si pongo, que si
quito y que si dejo de poner.
Por eso, como la verdad no
la posee nadie, sí creo que como creyentes católicos del siglo XXI, tenemos la
obligación de formarnos para tener criterios propios según nuestra fe y poder
ser testigos de la esperanza que hemos recibido y no de la desesperanza.
Os dejo aquí un artículo
titulado “El aborto: por un consenso ético-científico” del teólogo y sacerdote
clarentiano Benjamin Forcano, que nos puede ayudar a ir madurando en nuestros
criterios católicos.
¿Cuál es, pues, la verdad
real del aborto?
Muchos estamos convencidos
de que, en este punto, puede haber un acuerdo racional, científico y ético
político, porque la base de que disponemos para entrar en esa
"realidad" es común a todos. Se trata de un problema humano, del que
no se ocupa la Biblia y al que hoy podemos acercamos por la puerta de la
ciencia, de la filosofía y de la ética.
Todos apostamos por la vida,
¿pero cuándo esa vida comienza a ser un individuo?
"Todo individuo tiene
derecho a la vida", proclama la Declaración universal de los Derechos
Humanos (Art. 3). Y todo individuo tiene el deber de respetar ese derecho. Y,
sobre este derecho-deber, reposa la posibilidad, el hecho y el futuro de la
convivencia humana.
Sin embargo, no goza al
parecer de esta evidencia lo que constituye el proceso embrionario del
prenacido: ¿se puede afirmar con seguridad que ese proceso es desde el inicio
un individuo humano?
Nos movemos sobre una duda,
que nadie puede atreverse a despejar a priori diciendo que el embrión es
individuo o no lo es; el embrión anuncia la presencia de algo que desborda el
contorno y naturaleza de la vida misma de la madre.
La cuestión se plantea
simple y agudamente porque si no se paraliza el proceso, éste acabaría con un
hijo que no se pensó o no se desea y puede representar ciertos inconvenientes o
complicaciones. Es entonces cuando, frente a ese límite, surge la pregunta:
¿puede la mujer impedir el proceso del embrión por determinados motivos o
dentro de un plazo determinado?
Es cierto que los motivos
para impedirlo no van a convencer si se supone que el embrión es un individuo,
y la solución de los plazos tampoco si se lo da como existente desde el
principio.
Resulta, por tanto, crucial
averiguar si el proceso del embrión, variante en su desarrollo, admite
establecer dentro de él un antes en que no es individuo y un después en que lo
es.
El estatuto epistemológico
del embrión.
Se trata simplemente de
saber cuándo, en el desarrollo evolutivo del embrión, hay una vida humana.
La puerta que nos lleva a
descubrir ese cuándo está abierta para todos, también para los que se profesan
creyentes. La fe, del tipo que sea, no sirve aquí para resolver el problema del
aborto.
"No está en el ámbito
del Magisterio de la Iglesia el resolver el problema del momento preciso
después del cual nos encontramos frente a un ser humano en el pleno sentido de
la palabra" (Bernhard Haring, autor de la famosa "La ley de
Cristo", célebre y acaso el más reconocido moralista en la Iglesia
católica).
Por supuesto, también los
católicos pueden pronunciarse sobre el tema, pero con los métodos propios de
las ciencias humanas. El Nuevo Testamento no aborda este tema y sobre él la
Iglesia no tiene autoridad para resolverla como si de una verdad de fe se
tratara.
La Iglesia católica ha
defendido siempre -y es de loar - la vida del prenacido. Pero, antes de llegar
a las valoraciones, hay que señalar el contorno preciso de esa realidad. El
concilio Vaticano II tuvo, respecto a este tema, unas palabras acertadas:
"La vida desde su
concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado" (GS, 51).
Texto fundamental para los
católicos, pues fue puesto con toda deliberación para dejar bien claro que la
Iglesia no tiene palabra o respuesta propia sobre el "cuándo" se da
la concepción de una vida humana, por ser algo que pertenece a las ciencias
humanas.
El concilio, al tratar el
tema de la Cultura, reconoció la autonomía e inviolabilidad del saber humano,
dejando superada la posición anterior de sostener que la Iglesia católica tiene
autoridad para interpretar como nadie las verdades incluso de la ética natural.
La lección histórica debiera
servir para distinguir entre lo que es la fe y lo que son los conceptos o
representaciones que la misma Iglesia utiliza como vehículo para su
conocimiento y explicación. Una cosa es la explicación cultural del momento y
otra la verdad de la realidad, nunca formulada definitivamente.
Nadie hoy queda perturbado
en su fe porque la tierra gire alrededor del sol (cosa que al científico
Galileo no se le permitía afirmar en nombre de la fe), ni porque no acepte la
visión de una cosmología antigua, o acepte la teoría de la evolución de las
especies o niegue la interpretación literal de la Biblia hasta aceptar el
método histórico-crítico o no haga profesión del juramento antimodernista tal
como lo impuso en 1910 Pío X a todo profesor de seminario.
La verdad la vamos
desvelando a través de los nuevos conocimientos que van surgiendo en la
historia. El saber humano es evolutivo y no está en exclusiva en manos de la
Iglesia católica.
Entonces, queda resuelta una
primera dificultad: los católicos, al tratar del aborto, deben asumir como
parte del anuncio evangélico las verdades científicamente avaladas, aun cuando
luego puedan incrementar o reforzar la estima de la vida desde otras
perspectivas o motivaciones.
La ciencia y la fe están "una
y otra al servicio de la única verdad", "vuestros senderos son los
nuestros" (Mensaje del concilio a los hombres del pensamiento y de la
ciencia).
Cuando no hay convergencia
en ese servicio es porque la ciencia es falsa o es falsa la fe. Los católicos
han defendido -y siguen haciéndolo- con especial énfasis el derecho a la vida
del prenacido, pero el énfasis se ha convertido en exceso al haberlo hecho
"desde el primer instante de la fecundación", lo cual no deja de ser
una teoría discutida y discutible, no un dogma.
De hecho, siempre existieron
en la tradición cristiana teorías diferentes (teoría de la animación sucesiva
defendida por Sto. Tomás y teoría de la animación simultánea, defendida por San
Alberto Magno) sobre el momento de constitución de la vida humana. Aunque la
teología postridentina, a la hora de resolver los problemas de la moral
práctica, ha partido siempre de la animación inmediata.
¿Cuál es, pues, el estatuto
epistemológico del aborto?.
Podríamos resumir las
posiciones respecto a esta cuestión en dos:
· las teorías antiguas, las
más clásicas, que afirman que el embrión es vida humana desde el principio, por
la simple fusión de los gametos,
· y las teorías más modernas que afirman que el embrión no es propiamente
individuo humano hasta después de algunas semanas.
1. Las primeras se apoyan en
el hecho de que un embrión lo es por la clave genética de sus 46 cromosomas,
específica y originaria del individuo humano, que contendría y caracterizaría
toda su posterior evolución.
El desarrollo del embrión
sería un proceso continuo, sin rupturas, pues estaría en él desde el comienzo
toda la potencialidad de su desarrollo. El inicio, desarrollo y destino del
embrión serían sus genes.
2. Las teorías modernas
reconocen como factor determinante del embrión los genes, pero no bastarían
ellos para constituir un individuo humano, es decir, una estructura clausurada,
suficiente, que se convertiría en realidad sustantiva. Los genes por sí solos
no son suficientes ni acaban constituyendo un individuo humano.
Se necesitan otros factores
extragenéticos -las hormonas maternales, los externamente operativos- para que
la realidad del embrión pueda activarse y completarse.
Sólo en torno a las ocho
semanas esa realidad pasa a ser sujeto humano, con una sustantividad propia,
capaz de regir y asegurar todo el desarrollo posterior.
Los genes no son una
miniatura de persona. La biología molecular deja claro que, para el desarrollo
y la ética del embrión, la información extragenética es tan importante como la
información genética, que ella es también constitutiva de la sustantividad
humana y que la constitución de esa sustantividad no se da antes de la
organización (organogénesis) primaria e incluso secundaria del embrión, es
decir, hasta la octava semana.
Quiere esto decir que, si la
individualidad es nota irrenunciable de la sustantividad, el embrión antes de
su constitución como sustantividad, pasa por una organización constituyente,
pero no tiene sustantividad propia sino que es parte de la sustantividad de la
madre y, por lo tanto, no es sujeto humano.
Queda claro de esta manera
que quien siga esta teoría puede sostener razonablemente que la interrupción
del embrión antes de la octava semana no puede ser considerada como atentado
contra la vida humana, ni pueden considerarse abortivos aquellos métodos
anticonceptivos que impiden el desarrollo embrionario antes de esa fecha. Esto
es lo que, por lo menos, defienden no pocos científicos de primer orden
(Grobstein, Alonso Bedate, J.M. Genis-Gálvez, etc).
Esta hipótesis, suficientemente
demostrada permite, a quien se apoya en ella, defender como no atentatorias
contra la vida y como respetuosas de la vida aquellas acciones que se producen
en el proceso constituyente del embrión antes de constituirse en feto, es
decir, en estructura clausurada.
La teoría expuesta modifica
notablemente muchos puntos de vista y establece un punto de partida común para
entendemos, para orientar la conciencia de los ciudadanos, para fijar el
momento del derecho a la vida del prenacido y para legislar con un mínimo de
inteligencia, consenso y obligatoriedad para todos.