En la liturgia del Domingo
de Ramos nos encontramos con dos Evangelios. El primero de ellos, es el que
leeremos en la procesión de las palmas. En este Evangelio se nos narra la
entrada de Jesús en Jerusalén. El segundo que leeremos en la Eucaristía, es el de
Marcos 14, 1-15,47, la Pasión y Muerte de Jesús. Acontecimiento, que se llevará
a cabo en la ciudad de Jerusalén.
EVANGELIO DE LA PROCESIÓN DE
LAS PALMAS.
Evangelio según San Marco
11, 1-11.
"Cuando se acercaban a
Jerusalén, a la altura de Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos,
Jesús envió a dos de sus discípulos con este encargo: Id a la aldea de
enfrente. Al entrar en ella, encontraréis en seguida un borrico atado, sobre el
que nadie ha montado todavía. Soltadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por
qué lo hacéis, le decís que el Señor lo necesita y que en seguida lo devolverá.
Los discípulos fueron,
encontraron un borrico atado junto a la puerta, fuera en la calle, y lo soltaron.
Algunos de los que estaban allí les preguntaron: ¿Por qué desatáis el borrico?
Los discípulos les contestaron como les había dicho Jesús, y ellos se lo
permitieron. Llevaron el borrico, echaron encima sus mantos, y Jesús montó
sobre él. Muchos tendieron sus mantos por el camino y otros hacían lo mismo con
ramas que cortaban en el campo. Los que iban delante y detrás gritaban:
¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que
viene, el de nuestro padre Devid! ¡Hosanna en las alturas! Cuando Jesús entró
en Jerusalén, fue al templo y observó todo a su alrededor, pero como ya era
tarde, se fue a Betania con los doce.
COMENTARIO.-
A la hora de leer este
pasaje evangélico, es conveniente distinguir, el hecho histórico que se nos
narra y la enseñanza religiosa que se nos transmite.
El hecho histórico es la
llegada y entrada de Jesús a la Ciudad Santa, Jerusalén. Jerusalén la ciudad
del Templo, donde se encuentra el arca de la alianza.
Debemos de tener en cuenta,
que todos los evangelios, son escritos a partir de los cincuenta años, de este
acontecimiento en la vida de Jesús. Y es, por lo que nosotros, podemos deducir
que, los evangelistas describen que Jesús sabía lo que se iba a encontrar a su
llegada a Jerusalén. Ya que la pregunta es inmediata, ¿Esperaba Jesús que le
sucediera verdaderamente, lo que le pasó?
Independientemente de esa
incógnita, lo cierto es que la llegada de Jesús a Jerusalén, será la
culminación, y no como un derrotado, sino como aclamara el pueblo:
"Bendito el que viene en nombre del Señor".
Es de aquí, de donde parte
la según enseñanza de este trozo evangélico, la religiosa. El que viene a la
ciudad, centro de la espiritualidad religiosa, es el hombre que viene en nombre
del Señor, el Hijo de David, el Hijo de Dios.
El evangelista recoge muy
bien en este evangelio, como prepara Jesús, su llega al Templo, a la Ciudad
Santa, como prepara el también su camino de espiritualidad. Jesús no deja que
nadie lo prepare, lo prepara él y les encarga a sus discípulos como tienen que
hacerlo. Pero como tiene que hacerlo para Él y para ellos.
Jesús no entra como un
triunfador victorioso. Sino al contrario, con sencillez, con humildad y bondad,
rodeados de todos en un ambiente de paz y alegría.
Lógicamente tendríamos que
preguntarnos, como es nuestra entrada, en nuestro templo, como es nuestro
camino espiritual, como es nuestro caminar en nuestra religión. Como es nuestro
camino hacia Jesús. Como es nuestro caminar por la vida.
Reconozcamos y reflexionemos
honestamente durante esta semana santa, que la Iglesia, Pueblo de los
seguidores de Jesús, se ha equivocado. Y digo esto, y no es demagogia, porque
muchos de nosotros miembros de esa Iglesia de Jesús, y especialmente sus altos
representantes con sus vidas lujosas, ostentosas y de prestigio, han anulado la
sencillez, la humildad con la que Jesús nos quiso enseñar como DEBERÍAMOS
EMPEZAR PARA PODERLE SEGUIR Y ENTRAR EN EL CAMINO DE DIOS PADRE.
EVANGELIO DE LA CELEBRACIÓN
EUCARÍSTICA.
Pasión y Muerte de Jesús según
San Marcos 14,1-72.15, 1-47.
Faltaban dos días para la
fiesta de la Pascua y de los panes Ácimos. Los sumos sacerdotes y los escribas
buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte.
Porque decían: "No lo
hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el
pueblo".
Mientras Jesús estaba en
Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco
lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el
perfume sobre la cabeza de Jesús.
Entonces algunos de los que
estaban allí se indignaron y comentaban entre sí: "¿Para qué este derroche
de perfume?
Se hubiera podido vender por
más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres". Y
la criticaban.
Pero Jesús dijo:
"Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo.
A los pobres los tendrán
siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran, pero a mí no me
tendrán siempre.
Ella hizo lo que podía;
ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura.
Les aseguro que allí donde
se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su
memoria lo que ella hizo".
Judas Iscariote, uno de los
Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarle a Jesús.
Al oírlo, ellos se alegraron
y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para
entregarlo.
El primer día de la fiesta
de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos
dijeron a Jesús: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida
pascual?".
Él envió a dos de sus
discípulos, diciéndoles: "Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un
hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa
donde entre: El Maestro dice: '¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el
cordero pascual con mis discípulos?'.
Él les mostrará en el piso alto
una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo
necesario".
Los discípulos partieron y,
al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon
la Pascua.
Al atardecer, Jesús llegó
con los Doce.
Y mientras estaban comiendo,
dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come
conmigo".
Ellos se entristecieron y
comenzaron a preguntarle, uno tras otro: "¿Seré yo?".
Él les respondió: "Es
uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo.
El Hijo del hombre se va,
como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será
entregado: más le valdría no haber nacido!".
Mientras comían, Jesús tomó
el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
"Tomen, esto es mi Cuerpo".
Después tomó una copa, dio
gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.
Y les dijo: "Esta es mi
Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.
Les aseguro que no beberé
más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de
Dios".
Después del canto de los
Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Y Jesús les dijo:
"Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: Heriré al
pastor y se dispersarán las ovejas.
Pero después que yo
resucite, iré antes que ustedes a Galilea".
Pedro le dijo: "Aunque
todos se escandalicen, yo no me escandalizaré".
Jesús le respondió: "Te
aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me
habrás negado tres veces".
Pero él insistía:
"Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré". Y todos decían lo
mismo.
Llegaron a una propiedad
llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: "Quédense aquí, mientras
yo voy a orar".
Después llevó con él a
Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse.
Entonces les dijo: "Mi
alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando".
Y adelantándose un poco, se
postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa
hora.
Y decía: "Abba -Padre-
todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad,
sino la tuya".
Después volvió y encontró a
sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro: "Simón, ¿duermes? ¿No has
podido quedarte despierto ni siquiera una hora?
Permanezcan despiertos y
oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la
carne es débil".
Luego se alejó nuevamente y
oró, repitiendo las mismas palabras.
Al regresar, los encontró
otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué
responderle.
Volvió por tercera vez y les
dijo: "Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora
en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
¡Levántense! ¡Vamos! Ya se
acerca el que me va a entregar".
Jesús estaba hablando
todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con
espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos.
El traidor les había dado
esta señal: "Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien
custodiado".
Apenas llegó, se le acercó y
le dijo: "Maestro", y lo besó.
Los otros se abalanzaron
sobre él y lo arrestaron.
Uno de los que estaban allí
sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja.
Jesús les dijo: "Como
si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos.
Todos los días estaba entre
ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se
cumplan las Escrituras".
Entonces todos lo
abandonaron y huyeron.
Lo seguía un joven, envuelto
solamente con una sábana, y lo sujetaron; pero él, dejando la sábana, se escapó
desnudo.
Llevaron a Jesús ante el
Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y
los escribas.
Pedro lo había seguido de
lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los
servidores, calentándose junto al fuego.
Los sumos sacerdotes y todo
el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a
muerte, pero no lo encontraban.
Porque se presentaron muchos
con falsas acusaciones contra él, pero sus testimonios no concordaban.
Algunos declaraban
falsamente contra Jesús:
"Nosotros lo hemos oído
decir: 'Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días
volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre'".
Pero tampoco en esto
concordaban sus declaraciones.
El Sumo Sacerdote,
poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús: "¿No respondes nada
a lo que estos atestiguan contra ti?".
El permanecía en silencio y
no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente: "¿Eres el
Mesías, el Hijo de Dios bendito?".
Jesús respondió: "Sí,
yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del
Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo".
Entonces el Sumo Sacerdote
rasgó sus vestiduras y exclamó: "¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
Ustedes acaban de oír la
blasfemia. ¿Qué les parece?". Y todos sentenciaron que merecía la muerte.
Después algunos comenzaron a
escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían:
"¡Profetiza!". Y también los servidores le daban bofetadas.
Mientras Pedro estaba abajo,
en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro
junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: "Tú también estabas con
Jesús, el Nazareno".
Él lo negó, diciendo:
"No sé nada; no entiendo de qué estás hablando". Luego salió al
vestíbulo.
La sirvienta, al verlo,
volvió a decir a los presentes: "Este es uno de ellos".
Pero él lo negó nuevamente.
Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: "Seguro que eres
uno de ellos, porque tú también eres galileo".
Entonces él se puso a
maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando.
En seguida cantó el gallo
por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho:
"Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres
veces". Y se puso a llorar.
En cuanto amaneció, los
sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo
el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Este lo interrogó: "¿Tú
eres el rey de los judíos?". Jesús le respondió: "Tú lo dices".
Los sumos sacerdotes
multiplicaban las acusaciones contra él.
Pilato lo interrogó
nuevamente: "¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!".
Pero Jesús ya no respondió a
nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato.
En cada Fiesta, Pilato ponía
en libertad a un preso, a elección del pueblo.
Había en la cárcel uno
llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un
homicidio durante la sedición.
La multitud subió y comenzó
a pedir el indulto acostumbrado.
Pilato les dijo:
"¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?".
Él sabía, en efecto, que los
sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia.
Pero los sumos sacerdotes
incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás.
Pilato continuó diciendo:
"¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes llaman rey de los
judíos?".
Ellos gritaron de nuevo:
"¡Crucifícalo!".
Pilato les dijo: "¿Qué
mal ha hecho?". Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
"¡Crucifícalo!".
Pilato, para contentar a la
multitud, le puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho
azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
Los soldados lo llevaron
dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia.
Lo vistieron con un manto de
púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron.
Y comenzaron a saludarlo:
"¡Salud, rey de los judíos!".
Y le golpeaban la cabeza con
una caña, le escupían y, doblando la rodilla, le rendían homenaje.
Después de haberse burlado
de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego
lo hicieron salir para crucificarlo.
Como pasaba por allí Simón
de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron
a llevar la cruz de Jesús.
Y condujeron a Jesús a un
lugar llamado Gólgota, que significa: "lugar del Cráneo".
Le ofrecieron vino mezclado
con mirra, pero él no lo tomó.
Después lo crucificaron. Los
soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a
cada uno.
Ya mediaba la mañana cuando
lo crucificaron.
La inscripción que indicaba
la causa de su condena decía: "El rey de los judíos".
Con él crucificaron a dos
ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Los que pasaban lo
insultaban, movían la cabeza y decían: "¡Eh, tú, que destruyes el Templo y
en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la
cruz!".
De la misma manera, los
sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: "¡Ha
salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo!
Es el Mesías, el rey de
Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!". También
lo insultaban los que habían sido crucificados con él.
Al mediodía, se oscureció
toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta
voz: "Eloi, Eloi, lamá sabactani", que significa: "Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".
Algunos de los que se
encontraban allí, al oírlo, dijeron: "Está llamando a Elías".
Uno corrió a mojar una
esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber,
diciendo: "Vamos a ver si Elías viene a bajarlo".
Entonces Jesús, dando un
gran grito, expiró.
El velo del Templo se rasgó
en dos, de arriba abajo.
Al verlo expirar así, el
centurión que estaba frente a él, exclamó: "¡Verdaderamente, este hombre
era Hijo de Dios!".
Había también allí algunas
mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la
madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que seguían a Jesús y lo habían
servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con él a
Jerusalén.
Era día de Preparación, es
decir, víspera de sábado. Por eso, al atardecer,
José de Arimatea -miembro
notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de
presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Pilato se asombró de que ya
hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había
muerto.
Informado por el centurión,
entregó el cadáver a José.
Este compró una sábana, bajó
el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en
la roca. Después, hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María, la
madre de José, miraban dónde lo habían puesto.
REFLEXIÓN.-
Una cosa es la historia de
la muerte de Jesús y otra cosa es su interpretación teológica que se le ha dado
a esta muerte. La historia de la muerte de Jesús, nos dice que los sumos
sacerdotes se dieron cuenta de que Jesús y la Religión (tal como ellos la entendían)
son incompatibles: "Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que
morir". Jesús es irreconciliable con la Religión cuando en ella unos
hombres (los dirigentes) se sirven de Dios para dominar, someter y ejercer
violencia sobre los demás seres humanos.
La interpretación teológica
de la muerte de Jesús no puede hacerse de forma que, en definitiva, se termine
diciendo que "sin derramamiento de sangre no hay perdón"(Heb 9,22).
Porque ese criterio está rechazado en la carta a los hebreos. Y porque semejante
principio lleva derechamente a la idea del "dios vampiro", que
necesita sangre y muerte para perdonar. Una blasfemia.
De lo dicho se sigue que la
muerte de Jesús no se puede entender desde la religión; porque no fue un acto
religioso, sino la ejecución de un condenado por la autoridad civil. Ni se
entiende desde la devoción, porque un crucificado no es una imagen de piedad,
sino el símbolo más fuerte de la exclusión social. Tampoco se entiende desde la
política, porque Jesús no fue un subversivo nacionalista, sino que acabó así su
vida por fidelidad al designio del Padre del cielo. La muerte de Jesús sólo se
puede comprender como exponente cumbre de la lucha por la libertad, es decir,
la lucha por la humanización que supera la deshumanización.( El seguimiento a
Jesús de J.M.Castillo).
REFLEXIÓN PARA LA SEMANA
SANTA
No está de más que en estos
días, independientemente de cómo y dónde los vivamos, dediquemos algunos
minutos al día durante esta semana, para profundizar en el sentido de lo que
como cristianos celebramos.
Celebrar la Semana Santa es
muchos más, o debe ser; muchos más, que recordar el sufrimiento y el dolor de
Nuestro Señor Jesucristo, y reunirnos para actos celebrativos y desfiles
procesionales.
Pues todo ello, es inútil,
si no tratamos de revivir hoy a Cristo que cambia los esquemas humanos y que
nos señala una nueva forma de la existencia. Como nos recuerda el Apóstol San
Pablo, " Procurad tener los mismos sentimientos que Cristo... "(
Flp.2, 5). Y tener esos sentimientos de Cristo, es ver el drama del hombre, que
actuando como tal, se rebajó hasta la muerte y muerte de cruz. Tener los mismos
sentimientos, es abrazarnos a la cruz de la vida, sabiendo defender el derecho
a la vida de todos los seres humanos nacidos y concebidos y no nacidos; es
abrazar la cruz que ya hace dos mil años proclamo todos los derechos de la
humanidad; abrazar la cruz es defender la dignidad de todos los marginados;
abrazar la cruz es defender la justicia, es dar de comer al hambriento y de
beber al sediento, de vestir al desnudo y de llevar el consuelo al enfermo,
abrazar la cruz es llevar la felicidad, el amor y la paz que Jesús nos enseñas.
LEED Y DIFUNDID EL
EVANGELIO, COMO PALABRA QUE LUCHA POR LA HUMANIZACIÓN QUE SUPERA LA
DESHUMANIZACIÓN.