Evangelio según San Mateo 5,
1-12a
“En aquel tiempo, al ver
Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos; y
él se puso a hablar enseñándolos: " Dichosos los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán
la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los
que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan
por la paz, porque ellos se llamarán los hijos de Dios. Dichosos los
perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os calumnien de
cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos porque vuestra
recompensa será grande en el cielo”.
COMENTARIO.-
El día 1 de Noviembre
celebramos la festividad de todos los Santos. La liturgia para este día, elige
sabiamente el evangelio de las bienaventuranzas. La sabiduría de este texto,
sorprendente y genial, está en que presenta un proyecto de dicha total, de
felicidad sin límites. Esa dicha, esa felicidad, es total y no tiene límites
porque ni la muerte podrá acabar con ella. Se trata, en efecto, de una felicidad
que trasciende este mundo. Y que, por eso, es para siempre y sin limitación
alguna. Es por eso la condición de los que la Iglesia considera y venera como
Santos. (Castillo)
Lo sorprendente de este
texto evangélico está en que, leyendo y releyendo, las nueve bienaventuranzas,
las nueve condiciones para alcanzar el Reino de los Cielos y la recompensa del
cielo, nos encontramos con lo inesperado: ninguna de esas nueve
bienaventuranzas indican prácticas relacionadas con la religión. Las nueve
indican conductas relacionadas con la vida, con las condiciones y actitudes
desde las que se puede hacer algo eficaz para que esta vida sea más humana, más
soportable, más llevadera, más feliz. Lo que viven así en esta vida, y sólo los
que viven así en esta vida, tienen garantizada la promesa de felicidad sin fin
en esa forma de existencia en la que soñamos, aunque nos cuesta creer en ella,
y a la que denominamos la vida eterna. Es, en definitiva, la vida de todos los
santos. (Castillo).
De aquí, que las nueves bienaventuranzas
presentan nueve promesas de felicidad sin límite alguno en la otra vida. Y
señalan las nueves situaciones que llevan a esa felicidad desde esta vida. Son,
por tanto, nueve situaciones de hecho. Y nueve promesas de esperanza. Como es
lógico, las nueves promesas de futuro no están en nuestras manos, porque
depende de Dios. Lo que está en nuestras manos y depende de nosotros son las
situaciones de hecho. En esas nueve situaciones de hecho es en lo que Jesús
pone todo el acento.
Por eso, hoy no es solamente
el día de aquellos Santos que la Iglesia a canonizado. Si no, que también es el
día, de todos aquellos que durante su vida fueron verdaderos testigos de
Jesucristo. Y también es el día de todos, aquellos que viven todavía y son
santos porque de su vida nace el amor de Dios, y no porque estén todo el día en
el templo, ni rezando, ni de novenas; son santos por que viven las
bienaventuranzas en el entorno que le rodea.
Porque no olvidemos que el
Reino de los Cielos comienza aquí en la tierra y termina aquí en la tierra.
TODOS HEMOS SIDO LLAMADOS A
LA SANTIDAD. VIVAMOS ESA SANTIDAD.
También quisiera dejar una
pequeña reflexión sobre la festividad de La Conmemoración de todos los Fieles
Difuntos, popularmente llamada Día de Muertos o Día de Difuntos, que
celebraremos el lunes día 2 de noviembre, cuyo objetivo es orar por aquellos
fieles que han acabado su vida terrena.
En este día de los difuntos,
es lógico, es natural, es inevitable que recordemos a los que murieron,
especialmente a quienes, por el motivo que sea, representan para nosotros algo
importante en la vida. Sin embargo, lo que más importa, en este día, no es
mirar al tiempo pasado, sino fijarnos en la eternidad, que trasciende el
espacio y el tiempo. Y nos sitúa en otro orden de existencia para siempre.
Pero cuando los cristianos
hablamos de la muerte, es importante tener en cuenta que el ser humano no es un
compuesto de dos elementos, el cuerpo y el alma, que se separan en el momento
de morir y se volverán a juntar al final de los tiempos, cuando todos seamos
convocados al llamado juicio final. Esta antropología corresponde al dualismo
del pensamiento helenista, que influyó en el pensamiento de la Iglesia
primitiva y ha marcado la cultura de Occidente. Por el contrario, el
pensamiento bíblico no es dualista, sino unitario. El ser humano implica
esencialmente corporalidad, es decir, se constituye por un " cuerpo "
animado por un " espíritu ", fundidos en una unidad perfecta, que (al
menos, hasta el día de hoy) resulta imposible establecer dónde y cómo se sitúa
el punto de sutura de lo corporal con lo espiritual en cada ser humano.
(Castillo)
La muerte no es una separación
del cuerpo y el alma, sino una transformación del ser humano en su totalidad.
De forma que el momento de la muerte es también el momento de la resurrección.
Se trata de la transformación del ser humano temporal en el ser que trasciende
el espacio y el tiempo, de forma que entra en una condición nueva de
existencia. Por eso se puede decir que el cadáver es el último despojo que dejamos
en este mundo. En el cementerio ya no está nuestro cuerpo. Sólo está nuestro
recuerdo. La plenitud de nuestro ser transformado está para siempre con el
Señor de la gloria.
Esta debería de ser la
Conmemoración de nuestros fieles difuntos.
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