El gran problema de la Iglesia Católica y sobre todo a nivle jerárquico, es la continuidad de ella; osea el futuro clero. No existe, hoy en día reunión y encuentro, donde el tema sea ese, o bien el del celibato. Claro, así nos va, pues olvidamos lo eesencial, el mensaje del evangelio del domingo pasado, el cual te ruego que leas el comentario.
Pero, analicemos del futuro del clero, veamos las siguientes reflexiones.
La respuesta de la jerarquía a base de reforzar y restaurar lo tradicional y rezar por las vocaciones está agotada. ¿Por qué no mirar esta crisis como un «signo de los tiempos» que nos invita a reflexionar y cambiar lo que seguramente nos está pidiendo que cambiemos?
Esta crisis deja al descubierto un grave desajuste de la Iglesia católica: su clericalismo. La Iglesia no son los curas, no son los obispos, no es el Papa. La Iglesia es el pueblo de Dios, un pueblo de iguales que, en cuanto bautizados, participan del único sacerdocio de Cristo. Lo primero, lo sustantivo es la comunidad. El ministerio ordenado, la jerarquía es servicio a la comunidad, no tiene razón de ser en sí y para sí, sino en referencia a la comunidad. No hay un estamento con voz y que tiene que realizar y decidir todo, y otro pasivo y reducido al silencio. Esta dicotomía es falsa, resta creatividad y democracia a la Iglesia y no existía en las primeras comunidades cristianas, que eran más participativas y más iguales.
Pero ¿cómo ha de ser el ministro ordenado al servicio de la comunidad? ¿Casado o célibe? El Nuevo Testamento no impone nada en este punto y así ha sido durante muchos siglos. Solo en los últimos siglos la Iglesia católica de Occidente ha exigido el celibato, y sigue rehén de esta tradición. Pero la opinión en contra de esta exigencia es hoy mayoritaria en el pueblo cristiano. Al hacerla opcional, el carisma del celibato, en cuanto dedicación al evangelio con alma y corazón y a tiempo completo, brillará con luz propia, y por otro lado, se hará justicia a la santidad del matrimonio, en cuanto compatible con el ejercicio del sacerdocio ordenado.
Es el pueblo de Dios el que debe buscar y dotarse de ministros del altar sobre la base de una mayor flexibilidad, pues el reclutamiento clásico está agotado. Casados o célibes. Dedicados enteramente a las comunidades o a tiempo parcial y más próximos al modo de vivir de la gente: labradores, artesanos, de profesiones liberales. Viviendo de su trabajo, como Pablo, o de la comunidad como otros apóstoles. Se trata de abrir puertas. El ejemplo de Jesús nos invita a esta libertad. Recordemos que él fue un laico, alejado de los círculos sacerdotales, que trabajó con sus manos y eligió como apóstoles a pescadores y a un funcionario de aduanas, a casados, los más, y a célibes, uno al menos. ¿Por qué enmendar la plana al Maestro?
miércoles, 13 de julio de 2011
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