Finaliza el curso escolar y, se empeiza a organizar y planificar el próximo curso. Dentro de esta organización, estará la posible renovación y contratación del profesorado en los centros. Es aquí, donde los centros católicos deben de poner su mirada. Pues las generaciones futuras dependen del perfil del profesor y de sus colegios. Ya que no podemos olvidar que el perfil del profesor y del centro determinará el perfil del alumno.
Vivimos en una sociedad que, cada día con mayor velocidad, se va convirtiendo en una sociedad multicultural.
La globalización en lo político, en lo económico, en lo social, en lo cultural, los fenómenos migratorios, los nuevos sistemas de producción, el incremento de la movilidad de las personas y de los grupos humanos, etc., tienen una repercusión directa en el mundo escolar.
La pluralidad y la creciente diversidad cultural, religiosa y étnica en las comunidades educativas, generan procesos de transformación social que reclaman una creatividad que dé fundamento a diversas maneras de construir la identidad personal y colectiva, y nuevos esquemas de trabajo educativo capaces de articular diferentes identidades cívicas y culturales y de promover nuevos modelos de vida y de relación ciudadana.(1)
Todo ello, hace que el Maestro y el Profesor, sea clave para una educación de calidad, ya que como dice el Informe Mackinsey (2007, 2010): “La calidad de un sistema educativo no podrá ser mayor que la calidad de sus docentes”;(2)
Una educación integral en el ámbito de la educación en competencias desde la perspectiva del “hacer” y de las “conductas” exige un crecimiento de la persona en referencia a su propio cuadro de valores, en cuya construcción el educador tiene una gran tarea. Las generaciones adultas hemos crecido en un marco de valores bastante estable, cuya definición e interpretación estaban suficientemente consensuadas, aún con las limitaciones y dificultades para encarnarlos en la vida diaria. Unos valores que se aprendían en la vida familiar, escolar, social, con el apoyo, también, de los maestros que se esforzaban en enseñarlos y en ayudar a sus alumnos a asimilar unos criterios éticos coherentes con los mismos.(3)
Sin embargo, en una situación de cambio permanente de nuestro entorno social, no podemos presuponer significados comunes a un cuadro común de valores, ni en la familia, ni en la sociedad, ni en el mundo escolar, donde cada centro promueve un cuadro propio de valores que, en el marco de su misión y visión, reflejan su identidad y la de su oferta educativa. Con ese panorama, la “enseñanza” de unos valores que favorezcan el crecimiento integral de los alumnos exige en los educadores un cambio de perspectiva educativa: el compromiso de ayudar a los alumnos a descubrir e interiorizar el significado vital de los valores, haciendo experiencia escolar de los mismos bajo el ejemplo, la experiencia y la vivencia de los mismos por los adultos de la Comunidad Educativa.(4)
Es así como el educador llega a ser " testigo" de la verdad, del bien y de un compromiso ético permanente, aun consciente de su fragilidad y de posibles fallos que, en ningún modo, comprometerán su credibilidad como educador que al asumir su misión y exponer su vida y su acción a la mirada comprensiva, pero crítica, de los alumnos, les ayuda a descubrir el sentido de lo que estudian, y a plantearse sus interrogantes de vida. Su experiencia y competencia coherente con el cuadro de valores que propone, fundamentan su autoridad personal y profesional.(5)
Desde la óptica cristiana, el profesorado debe encarnar los valores del Evangelio y ser, además, testigo en su vida diaria y en su comportamiento, de esos mismos valores que intenta transmitir y enseñar.
(1),(2),(3),(4),(5),El Profesorado, clave para una educación de calidad.Edita FERE-CECA.
jueves, 30 de junio de 2011
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