La fiesta de la Ascensión del Señor se presta a que nos hagamos montajes imaginativos, sobre Dios, sobre el cielo y sobre la "otra" vida, que no son nada más que eso, representaciones fruto de nuestra imaginación. Y, a veces, también de nuestra ignorancia. Dios no está ni arriba ni abajo. Ni el cielo está por encima de la nubes y de las estrellas. Ni los cuarenta días que van de la Resurrección a la Ascensión indican fechas fijas, como nosotros podemos calcular y pensar. Estas ideas no son sino "proyecciones" humanas que nosotros hacemos sobre realidades divinas, que no podemos saber.
El acontecimiento de la Resurrección y de la Ascensión no son sino dos formas de decir la misma cosa: que el Resucitado fue Glorificado. Y todo eso ocurrió a la vez, fue un sólo y único acontecimiento. La Iglesia lo celebra en dos días distintos, con diferencia de cuarenta días, porque el número 40 indicaba, en tiempos antiguos, la idea de "plenitud" o "totalidad". La fiesta de la Ascensión sirve para que los crsitianos recordemos esta plena y total glorificación con que el Padre exaltó a Jesús (Castillo).
Por eso, la Ascensión de Jesús no puede presentarse de forma que dé pie a pensar que Jesús se aleja para siempre de este mundo y, menos aún que Jesús se diviniza hasta tal punto que, por eso mismo, nos resulta menos humano. Todo lo contrario: la Ascensión de Jesús es, y debe ser, la más entrañable humanización suya. Y también la nuestra.
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