Mañana sábado estamos
convocados por el Papa Francisco, todos los cristianos y fieles de otras
religiones e incluso a los ateos, a una jordana de oración y ayuno por la paz
en Siria, desde la siete de la tarde hasta la medianoche en la plaza de San
Pedro.
Lógicamente esta jornada no
se trata de rezar a Dios para que impida la guerra, sino más bien de que el ser
humano reflexiones y haga reflexionar a los que tienen en su mano el poder de
convocar la guerra. Y digo que, no se trata de rezar a Dios, porque Dios no es
culpable de la posible guerra, ni mucho menos de la situación de Siria. El
problema de todo esto, es de la gran deshumanización que existe en nuestra
sociedad, posiblemente por el abandono del ser humano de dejar de escuchar de
la voz de Dios.
No cabe duda alguna que, el
ser humano es el único animal en la tierra que cae dos veces o más en sus
mismos errores. Y, digo esto, por la cercana guerra de Irak y por las
inmensas guerras y luchas que ha llevado siempre a cabo a lo largo de la historia y que
posiblemente el paso del tiempo hace borrar en la memoria humana.
Pero, lo cierto y verdad es
que, lo que ocurre en Siria no es justo que ocurra, que un Dictador presione a
su pueblo de esta manera tan cruel e inhumana, causando miles de muerte de
seres totalmente inocentes. Ante esta
situación, es lógico que la comunidad internacional reaccione y ayude a esas
miles de personas que se encuentran totalmente indefensas.
Ahora bien, la cuestión es
porque en estos momentos y no hace dos años cuando el conflicto empezó. Porque,
ahora están utilizando armas químicas de destrucción masiva; y es que caso las
otras armas- llamadas convencionales- no han destruidos cerca de un millón de
personas.
Al parecer, la llamada
Comunidad Internacional cree que el uso de las armas químicas traspasa la
frontera de lo humano y es necesario
actuar. Pero podemos observar que, no todos esos miembros que forman esa
Comunidad Internacional están por la labor de la intervención militar. Por que
como podemos observar una cosa es la vida de los seres humanos y otra es la
economía. Y desgraciadamente la economía, el dinero está por encima del ser
humano; sino nada más que tenemos que ver como para las cuestiones económicas
la Comunidad Internacional siempre está de acuerdo.
La codicia a la que el ser
humano está llegando en esta sociedad de la globalización, es la causa
fundamental de la enorme crisis económica que se está padeciendo y que tanto
sufrimiento está produciendo, sobre los más pobres. Pues estamos viendo que, en
una economía global, los destrozos de la codicia también son globales.
Por eso, en los evangelios
podemos aprender que el que tiene centrada su vida en el propio dinero y en el
propio capital pervierte su visión de la vida, del mundo y de todo, hasta el
extremo de llegar a cegarse sólo en el atesorar y atesorar más. De forma que,
una persona así, vive en la plena oscuridad de la vida. No ve, la injusticia en
que vivimos y el destrozo humano cargado de dolor y desesperanza que todo ese
poder económico de más y más trae consigo.
De ahí la fuerza de la frase
de Jesús: “No podéis servir a dos Señores a Dios y al dinero”. La fuerza de
esta sentencia evangélica está en que quién centra su vida en el dinero, lo que
hace es construir al dinero en amo, al tiempo que él mismo se vende como
esclavo a semejante dueño. Así, el codicioso, creyendo que es libre, en
realidad es un hombre que perdido su libertad. Y vive a merced de lo que le manden
los mercados económicos.
De aquí que desde este punto
de vista cristiano urge levantar la voz para proclamar la más amplia de la
justicia social, de manera que nos llegue a humanizarnos plenamente, porque en
la medida que nos humanicemos estamos en el camino de la construcción del Reino
de Dios en la tierra.
Por eso, que la jornada a la
que el Papa Francisco nos llama mañana, nos sirva para presionar a los grandes
poderes políticos que busquen la paz y la fraternidad de todos los seres
humanos. Pero también sirva especialmente a la comunidad cristiana católica
para reflexionar sobre el gran acontecimiento de nuestra religión que es que
Dios se humanizo en Jesús; es decir, de que no existe la experiencia divina,
sino existe en nosotros la verdadera experiencia humana del amor.
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