En 1999 Juan Pablo II dijo: “El infierno, más que un lugar, es una situación de quien se aparta de modo libre y definitivo de Dios”. Y también que “el cielo no es un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con Dios”. Fue, también Juan Pablo II quien ordenó en 2004, poco antes de morir, al entonces cardenal Joseph Ratzinger (hoy Benedicto XVI) la dirección de una comisión teológica que razonase la supresión del limbo. La Comisión Teológica Internacional, que fue presidida por Joseph Ratzinger hasta su elección como papa Benedicto XVI, publicó un documento teológico, que no constituye magisterio pero se emite con la autoridad del Vaticano, que subraya que la existencia del limbo de los niños no es una verdad dogmática, sino solamente una hipótesis teológica, entre otras.
El último mito en caer en desuso ha sido el purgatorio. Ya que, Benedicto XVI proclama que el purgatorio no es un lugar físico, sino “fuego interior” del pecador. Este - el purgatorio-, se trataba de un lugar intermedio entre el cielo y el infierno, una especie de sala de espera. Nunca se dijo oficialmente dónde estaba ubicado y su entrada en escena, en torno a 1170, justificó la celebración del Día de Todos los Santos y la fea costumbre de las bulas con que comprar el cielo para las almas de amigos y parientes.
Lo cierto y verdad, es que cuando uno lee los evangelios y los reflexiona un poco llega a pensar, ¿ qué de donde hemos podido sacar tantas cuestiones teológicas ?.
Indiscutiblemente desde mi punto de vista, es desde que perdimos verdaderamente la revelación del Dios de Jesús y pasamos a realizarnos nuestra idea de Dios. Porque por mucho que leeo, los evangelios, no encuentro que Jesús se planteara tantas cuestiones teológicas.
Prueba de ello es que Jesús no nos dice quién es Dios, no nos da ninguna definición metafísica sobre Dios. Sencillamente nos revela su proyecto sobre la humanidad, nos revela su voluntad “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Busca provocar en sus oyentes una conciencia sentida y profunda de la presencia de Dios en sus vidas. Y lo manifiesta con su propia vida como una experiencia de amor, de compasión y de ternura. Jesús sana al enfermo, levanta al caído, anima al que ha perdido la esperanza, cosuela al triste, perdona al pecador, acoge al necesitado, comparte el pan, denuncia con valor toda injusticia e idolatría… La práctica de su vida nos revela cómo es Dios. “Quien me ve a mí ve al Padre” (Jn 14,9). “Jesús es la imagen visible del Dios invisible” (Col 1,15).
Jesús nos muestra un nuevo rostro de Dios, un Dios que no es el frío motor del universo, lejano, abstracto, ni el juez legalista y castigador.
En definitiva que la finalidad de la teología y del estudio de las religiones, ha de centrarnos en hacernos buenas personas, en que seamos respetuosos y honrados, honestos y sinceros, responsables y gente de buen corazón, como fue Jesús, según se recoge en los evangelios.
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