La Constitución Española que fue ratificada en referéndum el 6 de diciembre de 1978, en su artículo 16 dice:
1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la Ley.
2. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias.
3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.
Son 32 años los que han pasado. En estos años he podido comprobar que sea llevado a cabo una gran transición política en nuestro país, pero no a la vez, desde mi punto de vista, se ha producido la misma transición religiosa.
Digo esto, por que debemos de reconocer que últimamente existe un gran malestar entre lo político y religioso en nuestra sociedad española. Un malestar que se pone de manifiesto en los continuos roces que existen entre la Iglesia y el Estado, entre la Conferencia Episcopal y el gobierno del PSOE. Y que quedó reflejado en el último viaje del Papa ha España. No voy a recordar aquí los motivos concretos de roce y conflicto, entre la Iglesia y el Estado, ya que son cosas bien conocidas.
El hecho es que la sociedad española se ha secularizado a una velocidad de vértigo. Mientras que la jerarquía eclesiástica española, en ese mismo tiempo sea planificado en criterios excesivamente conservadores, lo que ha tenido como consecuencia que en España coinciden en este momento una creciente progresión de nuevas ideas, con una alarmante regresión religiosa. Acontecimiento, que está llevando no solamente a ese roce entre Iglesia y Estado, sino algo peor, que está llevando a un abandono de los mismos católicos de su Iglesia. Y es que la Jerarquía Eclesial, olvida que a medida que vivimos, vamos transformando nuestra forma de pensar. Pero esa nueva forma de pensar, nos llevará a una nueva forma de vivir. Por eso el Concilio Vaticano II nos dejo muy claro: " Para realizar este cometido pesa sobre la Iglesia el deber permanente de escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz de Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes humanos sobre el sentido de la vida presente y futura, y sobre la mutua relación entre una y otra. " ( Gaudium et Spes, 4 ).
Posiblemente, si la Iglesia, llevara a cabo esa transición religiosa, no se vería tan perseguida, margina y ofendida. No olvidemos que es la Iglesia la que está en el mundo, y no el mundo en la Iglesia.
Es verdad, que la mayoría de la población española se declara católica, según la última encuesta del CSI, el 74 %; pero también es verdad que solo de ese porcentaje que se declara católico es practicante el 14 %. Por eso el Estado debe de colaborar con la Iglesia Católica como reconoce la Constitución, pero también reconoce antes que ninguna confesión tendrá carácter estatal. Y nosotros como verdaderos creyentes, somos los que no debemos consentir tener privilegios legales con el Estado, pues estos privilegios llevarán posiblemente a un cierto amarre en nuestra libertad. Nosotros lo que si debemos es ayudar y favorecer a las demás creencias de manifestar su fe, en las misma condiciones que nosotros.
NO SEREMOS MÁS, POR NEGAR OTRAS CONFECCIONES, SINO QUE SERESMOS MÁS POR NUESTRO ESTILO DE VIDA, EN TODOS LOS AMBITOS SOCIALES.
lunes, 6 de diciembre de 2010
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