La fiesta de la Inmaculada Concepción nos recuerda uno de los dogmas que la Iglesia nos enseña sobre María, la Madre de Jesús. Este dogma fue definido por el Papa Pío IX, el 8 de Diciembre de 1854.
La ejemplaridad de María, que celebramos en esta fiesta, es motivo de piedad, devoción y, sobre todo, de conducta ética en una vida generosidad y amor.
Cuando el Concilio Vaticano II, no sin dificultades, hizo el esfuerzo de situar la figura de María no solamente a la luz del misterio de Cristo, sino también y muy particularmente a la luz del misterio de la Iglesia, no hizo otra cosa que volver a la mejor tradición eclesial, cuando María ocupaba ya en la comunidad creyente " el lugar más alto y a la vez más próximo a nosotros " ( LG 54 ). Por eso, cuando presentamos a María como " prototipo de la Iglesia ", no se hace en un sentido pasivo como el que hace una copia. Sino que se hace con un sentido profundamente activo. Por ello, creo que podríamos hoy preguntarnos:
¿ Cuáles podrían ser los rasgos de una Iglesia más mariana en nuestros días ?.
A mí se me ocurren los siguientes:
- Una Iglesia que fomenta la " ternura maternal " como María. Es decir, una Iglesia de brazos abiertos, que no rechaza a nadie, sino que acoge.
- Una Iglesia que como María proclama la grandeza de Dios y su misericordia.
- Una Iglesia que como María se convierte en signo de esperanza por su capacidad de dar y transmitir la vida.
- Una Iglesia humilde como María, siempre a la eschua de su Señor.
- Una Iglesia del " Magníficat ", que no se complace en los soberbios, potentados y ricos de este mundo, sino que busca pan y dignidad para los pobres y
hambrientos de la tierra, sabiendo que Dios esta de su parte.
- Una Iglesia atenta al sufrimiento de todo ser humano, que sabe, como María olvidarse de sí misma y " marchar de prisa " para estar cerca del que necesita
esta ayudado.
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