En el Evangelio
Mc 11, 27-33 se nos narra el encuentro de Jesús con los supremos dirigentes
judíos, tras la expulsión de los mercaderes del templo por parte de Jesús.
Aquella acción violenta de Jesús preocupó hondamente a los miembros del
Sanedrín: sumos sacerdotes, letrados y senadores. Los tres grupos que vienen a
pedir cuentas a Jesús.
¿Qué les
preocupaba a los “hombres de la religión”? No les preocupaba su propia
conducta. Porque ellos se sentían seguros y pensaban que estaban haciendo lo
que tenían que hacer. Lo que les preocupaba era mantener su poder. Un poder que
vieron amenazado por el gesto violento de Jesús contra el solemne y sagrado
tinglado que suele ser el “negocio de la religión”. Por eso, lo que le
preguntan a Jesús es que “potestad” tenía él para desautorizarlos a ellos de
aquella manera.
Para la religión
del templo y sus dirigentes, el poder es cuestión de vida o muerte.
No deja de ser
sorprendente y muy significativo que una serie de teólogos considerados "malditos" durante el largo
invierno eclesial del postconcilio, - como recoge Víctor Codina sj, en su artículo “Los Teólogos “malditos” y
el Papa Francisco” en RD - sean ahora no solo admiradores entusiastas del
Papa Francisco, sino que se hayan convertido en sus defensores frente a los que
le atacan y acusan.
Estos teólogos y
teólogas fueron considerados sospechosos en sus doctrinas, algunos fueron
excluidos de sus cátedras, otros fueron censurados por sus escritos y tuvieron
que defenderse de los "monita" o advertencias que recibían de los
responsables de sus Iglesias locales y muchas veces de Roma. Su sufrimiento fue grande, su silencio muy doloroso,
pero actuaron con "resistencia y sumisión" y permanecieron fieles a
la Iglesia.
Sin pretender
ser exhaustivo cito alguno de los nombres que me son más conocidos y
familiares: Hans Küng, Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Jon Sobrino, Eleazar
López, José Mª Castillo, Juan Masiá, José Antonio Pagola, Marciano Vidal,
Benjamín Forcano, Andrés Torres Queiruga, Juan José Tamayo y un largo etcétera en el que habría
que nombrar a teólogas como Ivone Gebara, Elisabeth Johnson y teólogos anglosajones.
¿Qué ha pasado?
Ninguno de ellos o ellas se han retractado de sus opiniones, tal vez hayan
matizado y clarificado algunos malentendidos, pero no han cambiado de rumbo.
Lo que ha
sucedido es que Francisco ha inaugurado un estilo nuevo de
ejercer el Primado romano, no es teólogo profesional y no impone su propia
teología, sino que es ante todo pastor, ha abierto las puertas de la
Iglesia, desea una Iglesia que salga a la calle y huela a oveja, que no excluya
sino que acoja y sea sacramento de misericordia, una Iglesia que sea
dialogante, no autorreferencial, pobre y de los pobres, que viva la alegría del
evangelio y crea en la novedad siempre sorpresiva del Espíritu. El clima
eclesial ha cambiado en estos años, hay mayor libertad, se puede respirar
mejor.
Y espontáneamente
uno recuerda la notable semejanza que existe entre esta situación y la de los
años del preconcilio cuando una serie de teólogos fueron censurados y acusados
de defender la llamada Nouvelle Théologie, pero que luego en tiempos de Juan
XXIII fueron los grandes teólogos del Vaticano II: Rahner, Congar, De Lubac, Chenu, Daniélou e incluso Teilhard de
Chardin ya fallecido
pero que inspiró en gran parte la Constitución sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo, Gaudium et spes.
Estos cambios, más allá de
las anécdotas personales o históricas, desde una mirada de fe, nos llevan a
reconocer que la Iglesia, Pueblo de Dios peregrino en la historia hacia el
Reino, a pesar de sus errores, limitaciones y pecados, está siempre animada y
guiada por el Espíritu del Señor y que aunque, como la luna, atraviese
diferentes fases de oscuridad y de luz, nunca es abandonada por el Señor Jesús,
que es la luz de los pueblos, Lumen Gentium y la conduce " desde las
sombras y las apariencias a la verdad", como se lee en el epitafio del
beato cardenal Newman.
Y todo ello nos produce
gran alegría y esperanza de una nueva primavera pascual. Y es un
estímulo para que la teología siga siendo una instancia profética y de frontera
en la Iglesia de hoy. Víctor Codina sj
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