viernes, 8 de marzo de 2013

DE UN CONCILIO, A UN CÓNCLAVE.



Hace 50 años hubo un Concilio llamado Vaticano II, hoy tenemos un Cónclave.

Posiblemente los acontecimientos tan acelerados que estamos viviendo, nos están llevando a sepultar en el olvido esos años transcurridos. Creo que, es un gran momento para que, toda la comunidad católica y especialmente los encargados de la elección del nuevo Papa nos preguntemos:” ¿Para qué ha servido el Concilio Vaticano II?, ¿A cambiado realmente la Iglesia?¿Lo que ha cambiado realmente es la institución eclesiástica o, más bien, lo que es muy distinto es la sociedad y la cultura?

Ante esta pregunta, posiblemente tengamos diversas opiniones. Pero yo que, soy hijo del concilio, pues nací en el mismo año del concilio, puedo afirmar desde mi compromiso en la fe de la Iglesia, que hemos perdido 50 años.
Digo esto porque, al igual que he crecido con el concilio, he crecido con el mundo donde el concilio tenía que haberse desarrollo. Y, puedo afirmar, desde este punto de vista que, la Iglesia no encuentra su sitio en esta cultura y en esta sociedad. Por eso, desde este punto de vista puedo también decir que, el Concilio Vaticano II es, para mucha gente, un hecho que pasó a la historia y que no representa gran cosa en la actualidad. En definitiva que, el Concilio es, para muchas gente de la Iglesia, el gran desconocido, incluso para aquellos que continuamente suelen nombrar el Concilio. Esto es lo que peor nos ha podido pasar. Porque esto refleja claramente que el hecho más importante de la Iglesia en el siglo XX  ha sido, para algunos el gran desconocido, para otros el gran olvidado y para la mayoría el gran incomprendido.

Con esta pequeña reflexión que siempre me gusta hacer, podemos ver que, estamos muy lejos de aquella “primavera eclesial” de la que se habló con tanto entusiasmo en los años sesenta. De aquel acontecimiento, no sólo religioso sino cultural, social, político, que despertó en todos los sectores sociales ilusión.

Cierto es que según los grandes teólogos, los concilios , a lo largo de la historia de Iglesia, han tardado, por lo menos, cuarenta o cincuenta años en ser plenamente aceptados y hechos vida en la Iglesia. Este tiempo ha llegado, no solamente cronológicamente, si no físicamente.
Dentro de pocos días, se elegirá al sucesor de Benedicto XVI, tendremos un nuevo Papa. Un Papa que, debe ser la explosión de esa primavera eclesial que nació hace 50 años. Un Papa, que sepa desarrollar y actualizar ese Concilio Vaticano II, si quiere que el mensaje de la Iglesia interese a la gente de este mundo. Si quiere que, la Iglesia encuentre su sitio en esta cultura y en esta sociedad. Ya que, debemos de reconocer que, últimamente  su mensaje interesa cada vez a menos, a las gentes de este mundo.

Un Papa que sepa resolver las cuestiones más urgentes que se presenta en la Iglesia actual. Especialmente el desarrollo de lo que en el Concilio hemos conocido como la “Eclesiología de comunión”. Temas como el papel de la mujer en la Iglesia, la participación de los seglares en algunas cuestiones como la responsabilidad ministerial, la práctica de los sacramentos y la esperanza ecuménica. Pero también en este mundo globalizado no solamente de ideas, si no de bienes, la Iglesia tiene que ser la voz de los últimos, de los que están sufriendo injustamente esta brutal crisis económica, la voz de la esperanza.

Por eso este Cónclave y el nuevo Papa que salga de él, ya que, coincidirá con la Pascua, una nueva Pascua, un nuevo paso de la muerte a la vida. Como diría Jon Sobrino, otra Iglesia es posible, otra Iglesia es necesaria.

El gozo y la esperanza, las tristezas y angustias del hombre de nuestros días, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón ( Gaudium et Spes, 1 ).

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