Tras la solemne y apoteósica beatificación del Papa Juan Pablo II, ayer en la plaza de San Pedro, con la asistencia de un millón de fieles. Llega hoy la resaca de tal acontecimiento, con algunas voces que siguen aclamando la rapidez de este proceso de beatificación y su continuidad a la santificación.
Son demasiadas las asignaturas pendientes, la sombras alargadas de Marcinkus, de Marcial Maciel y sus Legionarios de Cristo, del cardenal Groer y la pederastia, el abandono de Monseñor Romero, que le llevó a la muerte. Los teólogos de la Liberación condenados, la marginación de la mujer en la institución. La involución eclesial y de la prepotencia de los nuevo movimientos que, de su mano, coparon el poder en la Iglesia, desactivaron el Vaticano II y ahogaron cualquier intento de pluralismo.
Mi reflexión de hoy, no va encaminada a dudar por ningún momento de la beatificación de Juan Pablo II, ni del blindaje que esta beatificación brinda a la figura del Beato, ni mucho menos a su pontificado, que como cualquier obra humana está llena de luces y sombras. Mi reflexión va sobre los eventos mediáticos de la Iglesia Católica.
Debe ser notable, que Europa se descristianiza y son cada vez menos los seguidores de la Iglesia Católica y esto preocupa en Roma. Pues ya en el Pontificado de Juan Pablo II, fue sorprendente el número de eventos masivos organizados de forma mediática, con el fin de seguir mostrando al mundo que la religión católica está viva, de que el Papa es importante, de que los Obispos tienen una presencia social a tener en cuenta. Concentraciones que se preparan cuidadosamente y en las cuales se invierte una asombrosa cantidad de dinero. Posiblemente con el fin de que el mundo nos vea, más que como proceso evangelizador.
Creo que deberíamos realizar un profundo análisis sobre como estamos orientando la presencia de la Iglesia en el mundo. El Evangelio no consiste en concentrar a personas en un espectáculo de masa, si no en vivir el Espíritu que se desprende de él. Pues el resultado está después en nuestra vida cotidiana al contemplar como nuestros templos se encuentran cada vez más vacíos.
Necesitamos centrar a la Iglesia con más verdad y fidelidad en la persona de Jesús y en su proyecto del Reino de Dios. Muchas cosas habrá que hacer, pero ninguna más decisiva que esta conversión, la de volver al mensaje de Jesús. Una Iglesia más sencilla, fraterna y buena, humilde y vulnerable, que comparte las preguntas, conflictos, alegrías y desgracias de la gente. Creando nuevas formas y lenguajes de evangelización, basado en el diálogo y en nuevos carismas que nos permitan comunicar la experiencia viva de Jesucristo. No sé, la verdad, si con estos eventos tan masivos conseguimos construir la Iglesia que nació del mensaje de Jesucristo.
lunes, 2 de mayo de 2011
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Estoy plenamente de acuerdo con tu post. En una sociedad superficial, la Iglesia cae en la tentación de la superficialidad...Sólo viviendo como Cristo, podremos comunicarlo a los demás y hacer creíble a la Iglesia. Un abrazo: Joan Josep
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