La primera visita del Papa
Francisco a Italia ha sido, inesperadamente, a su punto más meridional, la
pequeña isla de Lampedusa, frente a las costas de Túnez y Libia, para reunirse
con «los últimos», los inmigrantes africanos que llegaron en barcos miserables
abarrotados de gente exhausta. Esa misma mañana, pocas horas antes, habían
desembarcado 166. Al reunirse con el primer grupo que le esperaba en el muelle,
el Papa tuvo un recuerdo para «los que no están», decenas de millares de
personas, en su mayoría jóvenes, que murieron en el intento de llegar a Europa.
Eran africanos y refugiados de Oriente Medio que huían de la guerra, los abusos
o la miseria. Muchos de ellos, explotados por los traficantes de seres humanos.
Poco después, en la misa
celebrada en el campo de futbol, el Papa reveló que las noticias sobre los
naufragios de pateras y la continua acumulación de miles de víctimas le «dolían
continuamente como una espina en el corazón. Por eso sentí que tenía que venir
hoy aquí a rezar».
Pero no basta con rezar y
quedarse quieto. Su intención, dijo, es «despertar nuestras conciencias para
que lo sucedido no se repita». Y lo hizo saludando en primer lugar a los
inmigrantes musulmanes, que empiezan el ayuno del Ramadán, y dando las gracias
«a los voluntarios y las fuerzas de seguridad, que habéis demostrado tanta
atención a estas personas que viajan hacia un destino mejor».
El Santo Padre dirigió a los
presentes y a toda Europa la pregunta de Dios en el Génesis: «Caín, ¿Dónde está
tu hermano?», pues se ha llegado a «toda una cadena de errores que es una
cadena de muerte que derrama la sangre del hermano». El Papa insistió en que
«no es una pregunta dirigida a otros, sino a mí, a ti, a cada uno de nosotros.
Estos hermanos nuestros que intentaban escapar de situaciones difíciles han
encontrado la muerte».
Para colmo, nadie se hace
responsable. El Santo Padre citó «Fuente Ovejuna» de Lope de Vega para plantear
«¿Quién mato al Gobernador?, Fuente Ovejuna, señor». Se hacen responsables
todos y, por lo tanto, ninguno.
Del mismo modo, «nadie se
siente responsable» de la tragedia de las pateras pues, según el Papa, «la
cultura del bienestar nos hace insensibles, nos hace vivir en pompas de jabón,
que lleva a la indiferencia respecto a los demás. Que lleva a la globalización
de la indiferencia. ¡Hemos caído en la globalización de la indiferencia!».
Francisco planteó una
pregunta directa: «¿Quién de nosotros ha llorado por la muerte de estos
hermanos y hermanas? ¿Por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos?». En
efecto, «somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar», que se
vuelve indiferente ante la muerte. Por eso invitó a rezar «para que el Señor
limpie los restos de Herodes que hay en nuestro corazón». Y a pedir perdón por
«quienes se encierran en su propio bienestar, que lleva a la anestesia del
corazón. Y por quienes, con sus decisiones a nivel mundial han creado las
situaciones que llevan a estos dramas».
El Papa se había emocionado
ya durante su breve recorrido por mar –desde el aeropuerto hasta el muelle- en
la patrullera italiana CP282, que ha rescatado del mar a más de 30.000 personas
en ocho años de servicio. Varias zonas del puerto, convertidas en cementerio de
barcos miserables, recordaban el inmenso cementerio marino, entre Lampedusa y
las playas de Libia, donde reposan decenas de miles de personas que nunca completaron
la travesía.
Uno de los inmigrantes
africanos –al Papa no le gusta la expresión «clandestinos»- le entregó una
carta en nombre de los demás refugiados y detenidos. El Santo Padre le pidió
que la leyera, mientras otro inmigrante iba traduciendo cada párrafo. Al final,
una petición: «Italia tiene ya muchos refugiados. Pedimos a otros países
europeos que nos acojan».
El recorrido desde el muelle
hasta el campo de futbol en un viejo todo terreno descubierto – los vecinos de
Lampedusa están orgullosos de una «visita sin costes»-fue otro momento de
emoción. Había mucha gente en el camino y muchas pancartas en las casas, igual
que en los barcos que le habían acompañado y hasta en los depósitos de
combustible.
El Papa celebró misa en un
altar instalado sobre un bote de remos, el «Junior», que recuerda a la vez a
los pescadores y los inmigrantes. Llegó a la plataforma con una cruz
procesional de madera hecha con restos de barcos de inmigrantes, y utilizó un
cáliz del mismo material, con revestimiento de plata por dentro, hecho por un
artesano de Lampedusa.
El atril estaba construido
por dos palas de timón verticales y una rueda de timón. Los toldos para
protegerse del sol eran restos de velas. Todo recordaba el trabajo modesto de
los vecinos y la tragedia de los africanos, que el Papa trajo a primer plano
con una fuerza extraordinaria. Al final, en una plegaria ante la Virgen del
Carmen, patrona de los marineros, pidió que «no haya más esclavitud», y la
conversión «de quienes generan guerras» y «quienes trafican con el
sufrimiento». La visita fue intensa y breve. Poco antes de la una, el Papa
emprendía el vuelo de regreso a Roma.
El Papa Francisco ha puesto
hoy voz a los que no tienen voz, ha hecho visibles a los que no son visibles.
EN DEFINITIVA, EL PAPA FRANCISCO HA EMPRENDIDO UN CAMINO QUE YA NO TIENE MARCHA
ATRÁS EN LA VIDA DE LA IGLESIA. EL PAPA FRANCISCO NOS ENSEÑA QUE OTRA IGLESIA
SI ES POSIBLE.
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