Hace exactamente hoy, un año que a todos nos sorprendió la
aparición pública y espontanea de lo que después se denominó el movimiento 15
M. Una iniciativa que suscitó diversidad de opiniones contrapuestas:
indiferencia o rechazo para aquellos a los que no les interesa que las cosas
cambien; para otros se trataba de una sana rebeldía juvenil, ráfaga de aire fresco que propiciada el despertar de miles de jóvenes que cambiaban su pasividad por una propuesta activa, muestra sin duda de su disconformidad ante la
deficiente gestión de los asuntos públicos, que lejos de mejorar empeoran día a
día, otros pensaban que era un movimiento violento de los antisistemas. Entre esos jóvenes, habían muchos católicos.Jóvenes católicos que se echaron a las calles para solicitar una regeneración democrática y unas condiciones de vida más justas para las personas que menos tienen.
Esta concentración espontánea y experiencia piloto, si algo nos enseñó y de
una forma demostrativa es que el pueblo tiene una rápida capacidad de organización
social que permita revindicar de una forma democrática un nuevo cambio de la
estructura democrática. Y así, quedó demostrado el pasado sábado, cuando
nuevamente su capacidad de convocatoria, para celebrar y recordar el primer
aniversario de dicho acontecimiento. Convocatoria que demostró, la madurez, el
respeto a las normas democráticas establecidas, y que la
democracia es el bien para todos y no para unos cuantos. Y sobre todo, de una juventud
que no se resigna a la sumisión del poder político bajo la tiranía del poder
financiero, y que pide y exige que no se debiliten o eliminen aquellos derechos
que tanto costó lograr; rebelión pacífica que apunta también al hacer de los
políticos y las normas por ellos establecidas. Una juventud acompañada de sus
adultos, que reflejó también las inquietudes de muchos de ellos, que también se
ha visto truncados y posiblemente marginados por su edad. Si una juventud, orgullosa
de que la sabiduría y la experiencia de sus mayores les acompañara, le
orientara y les enseñara.
Y esta es la conclusión a la que yo he llegado después de
analizar con algunos jóvenes la situación desde una concepción cristiana de la
vida. Ellos me recordaban algunas
afirmaciones de Jesús de Nazaret que iluminan los acontecimientos que estamos
viviendo: «No se puede servir a Dios y al dinero» (Lc 16, 13); «Ay de vosotros que
acumuláis riquezas para sí»; «Apartaos de mí porque tuve hambre, tuve sed, fui
forastero (inmigrante), estaba desnudo, enfermo…y no me ayudasteis» (Mt 25,
31-46). En la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón condena la codicia y
falta de humanidad poniéndose al lado de las víctimas del sistema y fustigando
con dureza a los que acumulan riqueza (Lc 16, 19-30); En el sermón del monte
proclama: «Dichosos los pobres por el Espíritu (los que renuncian a la
riqueza), porque sobre estos reina Dios».
Es más alguno se preguntaba, si Jesús viviera hoy,¿ estaría
con los indignados?.
Estos acontecimientos sin duda alguna, los podemos vivir
como una interpelación a construir una sociedad más humana, justa, fraterna y
en paz.
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