viernes, 1 de febrero de 2013

LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO.


Es costumbre de este blog, los viernes escribir alguna reflexión de ámbito social que nos ayude a enmárcarnos en el Evangelio del próximo domingo, el cual suele estar en el blog los sábados. Pero dado que, el próximo sábado la liturgia celebra la Presentación del Señor en el Templo, vamos reflexionar hoy un poco sobre este acontecimiento, para mañana sábado seguir con el Evangelio del Domingo.

Presentación de Jesús en el Templo es la denominación convencional de un episodio evangélico que, se refiere a la presentación de Jesucristo por sus padres, en el Templo de Jerusalén. Está narrado por Lucas el Evangelista en el Nuevo Testamento (Lucas 2,22-40).

Tratamiento diferenciado, en el calendario litúrgico o santoral, tiene una escena previa: la circuncisión de Jesús, que es la operación ritual, prescrita en la religión judía, a la que se sometió a Jesús a los ocho días de nacer. La presentación tuvo lugar posteriormente cuando se cumplieron los días de la purificación.

La fiesta de la Presentación se celebra el día dos de febrero. Por asociación de actos y de simbolismos se celebra el mismo día la Purificación de la Virgen, llamada también fiesta de las Candelas o de la Virgen de Candelaria.

Evangelio según San Lucas 2, 22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: " Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: " un par de tórtolas y dos pichones”. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo; que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue el templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: " Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y su madre estaban admirados por lo que decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: " Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma". Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro, no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba”.

Comentario.-

Jesús fue judío, educado en la cultura y en la religión de Israel. Pero eso no quiere decir que el cristianismo sea una mera prolongación de judaísmo. Jesús nació y fue educado en una religión de ritos, observancias y purificaciones sagradas. Pero él no propuso una religión nueva, sino un nuevo estilo de vida. Por eso podemos decir que el cristianismo no es una religión. Ya que el cristianismo no se basa en ritos de purificación, sino en la humanización de las personas.

En el evangelio de hoy y en la liturgia de la Iglesia, se sigue leyendo la Ley de Moisés y los textos del Antiguo Testamento. Recordar todo aquello ayuda a nuestra fe. Porque en aquello se contienen los antecedentes de nuestra fe. Pero la fe cristiana se origina en Jesús y a partir de él. Lo que crea más dificultades y dudas es que, en las misas y oraciones de la Iglesia, se oye el Antiguo y el Nuevo Testamento y a ambos se les da el mismo valor de " palabras de Dios ", cuando en realidad no tienen, ni pueden tener, el mismo valor para la fe cristiana.

Nuestro Dios, no es Yahvé, sino el Padre del que nos habló Jesús.

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