Santidad, hace 100 días le
escribía una carta desde la euforia que nos supone a todos los católicos, el
nombramiento de un nuevo Papa. En esa carta planteaba también que era demasiado
pronto para poder dar una respuesta segura a la pregunta que todos nos estamos
haciendo y que muchos de mis conocidos me han preguntado ¿será Ud. la solución que necesita la Iglesia
en este momento?
Se han cumplido los primeros
100 días de su Pontificado. A los altos gobernantes políticos se les suele examinar,
transcurrido ese periodo de tiempo. Yo no lógicamente no lo voy a tratar como
gobernante político, ni mucho menos lo voy a examinar, porque no soy nadie para
ello. Pero si voy a compartir, lo que ha supuesto estos 100 días.
Quiero decir, que
indiscutiblemente su presencia ante los ojos de todos los creyentes y no
creyentes es de una persona sencilla, humilde, cercana, respetuosa y
profundamente convencida del amor de Dios a la humanidad. Naturalidad que, se
ve continuamente con su gran soltura fuera del protocolo vaticano. Esta forma
de actuar de Ud., nos gusta, pues la verdad, estamos llenos de grandes teorías
y palabras que tienen cada vez menos
fuerza para modificar la conductas de la personas y estamos faltos quizás de esos
gestos que Ud., nos está dejando en estos días.
Lo que más me llama la atención
es que, no sólo sus gestos, nos tienen a nosotros los creyentes en plena
conquista, si no que llaman la atención, la admiración a los que nos dejaron y
se aislaron de nosotros y a los que nunca han compartido nada de nuestra fe.
Hechos que surgen en mi las dudas: ¿hasta qué punto es una figura genuina y
hasta qué punto es una figura fabricada por los propios medios de comunicación?
Pero pasan los días y los días y veo un
rostro bondadoso, un gesto de sencillez natural, una palabra improvisada y
fresca... siguen siendo lo que más nos conquista y atrae.
Pero también Santidad,
esperaba ya en estos días algunas palabras que nos despejara un poco la gran
inquietud de cambio que muchos esperamos en nuestra querida Iglesia. Y le digo
esto, porque no he escuchado ningunas palabras que nos permitan ver si vamos a
revivir el Concilio Vaticano II. Y le digo esto, porque el Concilio introdujo
cambios profundos en cuestiones muy determinantes de la teología. Pero también,
es cierto que dejó prácticamente intacta la organización eclesiástica, como
hemos podido ver a lo largo de estos cincuenta años. Y es que, cuando se trata
de renovar una institución, no se trata de modificar determinadas ideas o
ciertas teorías sino se trata de modificar su organización, de manera que quede
muy clara su forma y estilo de gestionar el poder.
Estamos muy lejos de aquella
“primavera eclesial” de la que se habló con tanto entusiasmo en los años
sesenta. De aquel acontecimiento, no sólo religioso sino cultural, social,
político, que despertó en todos los sectores sociales ilusión.
Cierto es que según los
grandes teólogos, los concilios , a lo largo de la historia de Iglesia, han
tardado, por lo menos, cuarenta o cincuenta años en ser plenamente aceptados y
hechos vida en la Iglesia. Este tiempo ha llegado, no solamente
cronológicamente, si no físicamente. Y digo físicamente porque en Ud., creo que
la mayoría de los miembros de la Iglesia, esperamos un Papa que, debe ser la
explosión de esa primavera eclesial que nació hace 50 años. Un Papa, que sepa
desarrollar y actualizar ese Concilio Vaticano II, si quiere que el mensaje de
la Iglesia interese a la gente de este mundo. Si quiere que, la Iglesia
encuentre su sitio en esta cultura y en esta sociedad. Ya que, debemos de
reconocer que, últimamente su mensaje
interesa cada vez a menos, a las gentes de este mundo.
Un Papa que sepa resolver
las cuestiones más urgentes que se presenta en la Iglesia actual. Especialmente
el desarrollo de lo que en el Concilio hemos conocido como la “Eclesiología de
comunión”. Volver al mensaje de Jesús,
volver al espíritu del Evangelio. Que
descubramos verdaderamente la humanización del Dios en Jesús. En cuanto a las
reformas institucionales como medio de evangelización , el papel de la mujer en
la Iglesia, la participación de los seglares en algunas cuestiones como la
responsabilidad ministerial, la práctica de los sacramentos y la esperanza
ecuménica. Pero también en este mundo globalizado no solamente de ideas, sino
de bienes, la Iglesia tiene que ser la voz de los últimos, de los que están
sufriendo injustamente esta brutal crisis económica, la voz de la esperanza, de
los pobres que Ud., nombra tan diariamente en sus homilías de Santa Marta.
Santidad, es necesario que
todos hagamos un gran esfuerzo por expresarnos en un lenguaje que este en
consonancia con los signos de los tiempos,
como diría Jon Sobrino, otra Iglesia es posible, otra Iglesia es
necesaria.
En este año de Fe, Santidad
ayúdenos y guíenos para seguir madurando junto a Ud.
Desde este rincón de mi
clausura, le acompaño desde mi oración y deseo que Dios le acompañe en su gran
ministerio y sepa tenernos a todos en la unidad de Cristo, no desde la
uniformidad, sino desde la comunidad de la pluralidad.
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