miércoles, 18 de abril de 2012

LA FE, EN LA COMUNIDAD CRISTIANA.

Coincidiendo con el 50 aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, el próximo 11 de Octubre del 2012 y hasta el 24 de Noviembre del 2013, festividad de Cristo Rey, se llevará acabo por iniciativa del Papa Benedicto XVI, un Año de la fe.
Este Año de la Fe, ha dicho el Santo Padre, "será un momento de gracia y de compromiso por una cada vez más plena conversión a Dios, para reforzar nuestra fe en Él y para anunciarlo con gozo al hombre de nuestro tiempo".
Y no está mal, que en estos tiempos de cambios y de grandes perturbaciones, que están configurando una nueva formar de pensamiento y, por lo tanto de comprender el sentido de la vida, dediquemos un tiempo a reflexionar sobre nuestra fe religiosa.
Pues todas estas circunstancias, hace que cada día que pasa, se haga más difícil el tema de la fe religiosa. Cada día, podemos percibir que hay más gente, que anda hecha un lío con esto de la fe religiosa.
Por eso, lo primero, que debemos aclarar y dejar claro, es lo que entendemos por fe, o mejor dicho, el concepto fe.
En la cultura griega, el asunto el concepto de fe, significaba confianza. La fe era, pues, una actitud de profundo respeto y credibilidad ante alguien o hacia alguien (hombres o dioses). Se creía en aquella persona a la que se le concedía crédito. Por eso, la falta de fe era lo mismo que desconfianza.
En la actualidad el concepto de fe sigue siendo el mismo, la confianza total que una persona tiene en algo o alguien, por ejemplo: ”Mis padres tienen mucha confianza en mi”, refleja la fe, como valor humano, confianza en la persona.
Pero, cuando hablamos de la fe, no nos referimos solamente a esa actitud de confianza en alguien personal, si no que la palabra fe, tiene un concepto también ampliamente religioso. Desde este ámbito, la fe, es el hecho de creer en Dios. De aquí las distintas creencias religiosas, que conocemos según su fe.
En la religión católica, que es la que profesamos nosotros, definimos la fe como "la primera de las virtudes teologales: luz y conocimiento sobrenatural con que un ser se cree lo que Dios dice y la Iglesia propone".
Pero la fe, tal como a nosotros, se nos ha enseñado, se refiere, más bien, a “tener por verdadero lo que Dios nos ha revelado”. Esto es lo que nos enseñaron en las clases de religión, en los catecismos y en los sermones.
Lógicamente, aquí empiezan los interrogantes, que muchos encontramos en el concepto de la fe religiosa. Ya que convertimos la fe, en un esfuerzo por parte de la inteligencia humana por penetrar en la Revelación. Pues la fe, no es, sólo verdades que se afirman, la fe, es ante todo, una postura existencial, la fe es una actitud, es un compromiso con Dios y con los hombres.
Teniendo en cuenta lo anteriormente dicho, lo primero que, deberíamos tener claro, es una cosa. Y es que, una cosa es “lo que” se cree; y otra cosa es “en quién” se cree. Y aunque a simple vista parece lo mismo, pues no es lo mismo.
“Lo que” se cree: se refiere a verdades, dogmas, normas, mandamientos, ritos, ceremonias… Es, por tanto, un acto intelectual esencialmente.

“En quién” se cree: se refiere a personas. Que quiere decir esto, que tener fe en alguien, es fiarse de esa persona, es decir, confiar, ser fiel (tener fidelidad). Claro aquí la fe, ya no es esencialmente un acto intelectual, sino una experiencia, que nos lleva a tener confianza, a fiarnos y ser fiel.

Lo que, quiero decir con todo esto, es que, no es lo mismo relacionarse con “verdades”, que relacionarse con “personas”. A las verdades se las acepta con la cabeza y la razón. A las personas se las acepta con el corazón y la vida.

Llevado este razonamiento a nuestra fe cristiana, debemos de deducir, que antes que la fidelidad a la “verdades” que enseñó Jesús, está la fidelidad a la vida que llevó Jesús. Es decir, que nuestra fidelidad, nuestra fe, no nos debe de llevar sólo a lo que dijo Jesús, sino, antes que eso, a la persona misma de Jesús.

Por todo esto se comprende que, en los evangelios, la fe se entiende como confianza en Jesús y como fidelidad hacia Jesús. Pero no sólo del Jesús Resucitado, si no que antes de nada, del Jesús, que recorrió los caminos y las aldeas de Galilea, y murió crucificado en Jerusalén. Es decir, que la fe cristiana no puede prescindir de la vida y de la historia de Jesús.

Así nos los demuestran y, nos lo resuelven los estudios teológicos. Estos estudios, nos plantean que el problema que ha presentando la propagación de la fe cristiana, es que esa fe cristiana fue explicada, primero, por san Pablo (entre los años 50 al 55). Y mucho más tarde (entre los años 70 al 80) fue explicada por los evangelios. Y aquí, lógicamente empezó el dilema, ya que Pablo, no conoció al Jesús terreno. Pablo sólo conoció al Cristo Resucitado. Y, por consiguiente, explicó la fe, no como una experiencia que se refiere a algo que se vive en esta vida, sino como una experiencia que se refiere a verdades que trascienden de este mundo y tienen su centro en el otro mundo. Por eso, cuando Jesús les decía a los enfermos: "Tu fe te ha salvado", se refería obviamente a que la confianza y la fidelidad, que aquellas pobres gentes ponían a Jesús, las liberaba de sufrimientos, penas y otras desgracias de esta vida. Mientras que, cuando Pablo dice "estamos salvados por la fe", se refiere a la salvación sobrenatural y eterna, algo que trasciende este mundo. Pero además, la cuestión, se complica cuando caemos en la cuenta, de que Pablo presenta la fe como fe en Cristo crucificado, que sufrió y murió por nuestros pecados, y que así, con su pasión y su muerte, se constituyó en "sacrificio" de "expiación", que aplacó la ira de Dios contra los pecadores. Hasta el punto de que Pablo llega a decir que Dios "no perdonó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros" (Rom 8, 32). (JM Castillo).

A nada más que realicemos un reposado estudio de lo expuesto anteriormente, podemos concluir que, la fe que resulta de todo esto, es una fe que:

1.- Consiste en aceptar verdades que no podemos conocer porque no están a nuestro alcance.

2.- Consiste en aceptar a un Dios que necesita el sufrimiento y la muerte de su propio Hijo, para perdonar a los que le ofenden.

3.- Consiste, por tanto, en creer lo que no podemos comprobar, ni demostrar, creer algo increíble, absurdo, que parece, más una patología mental, que una virtud o excelencia que merezca recompensa alguna.

Por todo esto, resulta evidente que, para comprender la fe cristiana, tenemos que empezar por la fe de Jesús y la fe en Jesús. Ya que de está manera, es la única de que podamos conocer al Dios de Jesús, y por lo tanto comprender a Dios.

Porque según nuestra fe, Jesús es el Hijo de Dios y es Dios, porque Jesús vivía y actuaba como Dios.

Por lo tanto, viendo y comprendiendo a Jesús, se ve y se comprende a Dios. Que es justamente lo que el mismo Jesús le dijo a Felipe en la última cena: "Quien me ve a mí está viendo al Padre" (Jn 14,9). También en la carta a los Colosenses dice que Jesús el Mesías es "imagen de Dios invisible" (Col 1,15), es decir, el Dios escondido (Is 45,15) y oculto, absolutamente inefable (Sal 139,6; Job 36,26) y que habita en una luz inaccesible (1Tim 1,17), se ha hecho presente y patente entre los hombres por medio de Jesús; o más exactamente en la persona y en la obra de Jesús.

Lógicamente, todo este razonamiento nos lleva, a plantearnos otras de las cuestiones de nuestra fe. Nuestro conocimiento de Dios.

Y es que, hemos querido saber y conocer y creer en Dios, sin conocer a Jesús. Como nos lo dejo, el prólogo del evangelio de Juan, cuando nos hace esta afirmación tan fundamental: "A Dios nadie lo ha vista jamás; es el Hijo único, que es Dios y está al lado del Padre, quien lo ha explicado" (Jn 1,18).

Esto quiere decir dos cosas. En primer lugar, quiere decir que Dios es inalcanzable e incomprensible para el entendimiento humano. Dios está muy por encima de todo lo que nuestra inteligencia puede alcanzar y comprender. En segundo lugar, quiere decir que ese Dios, inalcanzable e incomprensible, se ha dado a conocer en la persona y en la obra de Jesús de Nazaret.

Por lo tanto, no se trata de conocer a Dios para saber de esa manera quién es Jesús y cómo es Jesús, sino que se trata exactamente de todo lo contrario, de saber cómo fue Jesús, para saber de esa manera quién es Dios y cómo es Dios. O sea, es que viendo a Jesús, es cómo vemos a Dios. Y conociendo las costumbres, las preferencias, el estilo de vida de Jesús, así es cómo conocemos a Dios y nos enteramos de lo que Dios quiere y lo que a Dios le agrada.

Pero no se trata sólo de esto. Hay en todo esto algo que es lo más decisivo. Se trata de caer en la cuenta de que a Dios lo conocemos y lo encontramos en la humanidad de Jesús. Por lo tanto, cuando hablamos de la humanidad de Jesús y elogiamos la entrañable humanidad de Jesús, lo más importante que hay en todo eso no es sólo la ejemplaridad de Jesús. Lo decisivo es que, en la humanidad de Jesús se nos da a conocer Dios mismo y, además de eso, también en esa humanidad descubrimos el proyecto de Dios. Porque, en última instancia, lo que Jesús nos enseña es que el proyecto de Dios y lo que Dios quiere de nosotros, no es que nos divinicemos (y menos aún que nos "endiosemos"), sino que nos humanicemos.

Por lo consiguiente, en la medida en que nuestra fidelidad es patente a Jesús, nosotros nos hacemos también Hijos de Dios, como recoge el apóstol Pablo, en la carta a los Romanos: "Hijos de Dios son todos y sólo aquellos que se dejan llevar por el Espíritu de Dios. Miren, no recibieron ustedes un espíritu que los haga esclavos y los vuelva al temor; recibieron un Espíritu que los hace hijos y que les permite gritar: ¡Abbá! ¡Padre! Ese mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios; ahora, si somos hijos, somos también herederos: herederos de Dios, coherederos con el Mesías" (Rom 8,14-16). Y en la carta a los Gálatas se repite el mismo pensamiento: "Cuando se cumplió el plazo envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, sometido a la ley, para rescatar a los que estaban sometidos a la ley, para que recibiéramos la condición de hijos. Y la prueba de que ustedes son hijos es que Dios envió a ustedes el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abbá! ¡Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo, y si eres hijo eres también heredero, por obra de Dios" (Gál 4,4-7).Somos hijos de Dios porque el mismo Dios nos ha dado su Espíritu. Es decir, nos ha dado su misma vida; y con su vida nos ha dado su amor (Rom 5,5). Por consiguiente, se trata de que la vida misma de Dios ha sido dada al hombre (Jn 6,57; 1Jn 4,9; 5,11; ver Rom 6,23). Existe, pues, una comunión de vida, como entre un hijo y su padre. Somos, por tanto, de la misma familia de Dios.

Resumiendo todo lo anterior, podemos decir que, en nuestra educación religiosa, se produjo un desplazamiento, de la “fe personal” en Jesús, a la “fe racional” en los dogmas. Lo cual ha representado una dificultad enorme, casi insuperable, en los tiempos que corren. Porque la “fe racional” son verdades que la razón no entiende, ni puede entender, es algo que sólo se puede aceptar si el que enseña eso merece un crédito y tiene una credibilidad.

Y eso, es lo que posiblemente, nos haya pasado a la gran mayoría de los que formamos la Iglesia, que nuestras enseñanzas no han sido creíbles, porque nuestro estilo de vida, ha sido muy distinto a nuestras enseñanzas. Por eso, la fe se ha ido quedando cada vez más arrinconada y marginada. De aquí que la fe, se ha quedado como un sentimiento que (por parte de los que pueden) se vive en la intimidad individual de cada uno, entre dudas, oscuridades, confusiones.

Por eso, el Papa, al anunciar este Año de la Fe, nos llama también a todos a: “ dar un renovado impulso a la misión de toda la Iglesia”.
Y desde mi punto de vista, esto debe de ser así. Ya que nuestra fe se basa en la tradición comunitaria de los seguidores de Cristo, y es desde esta comunidad de los seguidores de Cristo, es decir, la Iglesia, donde conocemos y maduramos la fe. Es desde esta comunidad, de los seguidores de Cristo, donde podemos conducir a los hombres alejados de nuestra fe, que nos dejaron más motivados en la mayoría de las veces, por vivir una fe más dogmática, que una fe personal en Jesucristo y en el Dios de Jesucristo.
Este llamamiento del Santo Padre de: “dar un renovado impulso a la misión de toda la Iglesia”, coincidirá con la apertura de este Año de la Fe, con la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre el tema "La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana", para los días 7 al 28 de octubre de 2012.
La asamblea sinodal tendrá como finalidad examinar la situación actual en las Iglesias particulares, para señalar, en comunión con el Papa, nuevos modos y expresiones de la Buena Noticia, que ha de ser trasmitida al hombre contemporáneo con renovado entusiasmo.

Debemos recordar que llevamos décadas hablando de la urgencia de la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. De esa nueva evangelización dirigida más bien a aquellos que se han alejado de la Iglesia en los países de antigua cristiandad, olvidando posiblemente la evangelización de los que estamos dentro. Fenómeno que, existe con diversos matices también en los países donde la Buena Noticia ha sido anunciada en los últimos siglos, pero todavía no ha sido suficientemente acogida hasta transformar la vida personal, familiar y social de los cristianos.

Cuando uno piensa un poco detenidamente estas cuestiones, se plantea si la cuestión está en que posiblemente nos olvidamos, que para evangelizar, antes debemos de ser evangelizados.
Y debemos de ser evangelizados, en el seguimiento de Jesús, de su Evangelio y de vivir en Comunidad Eclesial, más que en un conocimiento de las normas que hemos establecido dentro de la Comunidad Eclesial.

Lógicamente la pregunta es inminente. ¿Qué nos ha preocupado a lo largo del tiempo a los " hombres de la religión ", que al cabo de dos mil años, llegan a la conclusión de que nos falta el anuncio del evangelio?. No será posiblemente, que nos ha faltado vivir el Evangelio.
En los evangelios, la fe se entiende como confianza en Jesús y como fidelidad hacia Jesús. Pero no sólo del Jesús Resucitado, si no antes de nada del Jesús, que recorrió los caminos y las aldeas de Galilea, y murió crucificado en Jerusalén.
Mientras, nos llega la oportunidad de participar, en el Año de la Fe, que el Papa convocará en Octubre de este año, aprovechemos este tiempo mientras, para reflexionar que la le fe de la comunidad cristiana, no puede prescindir de la vida y de la historia de Jesús.

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