La migración forzada se ha
convertido en una tragedia humana causada por la pobreza, la violencia, nos ha
repetido el Papa Francisco varias veces.
A nada más que, realicemos
un breve estudio de la economía a lo largo de la historia, podremos observar
que estás han sido muy distintas. Sin embargo, en todas esas épocas económicas,
la relación del hombre con los bienes materiales, ha sido siempre igual, la de
atesora más y más. A esto se le ha denominado codicia
.
Ahora bien, la codicia a la
que el ser humano está llegando en esta sociedad de la globalización, es la
causa fundamental de la enorme crisis económica que se está padeciendo y que
tanto sufrimiento está produciendo, sobre los más pobres. Pues estamos viendo
que, en una economía global, los destrozos de la codicia también son globales.
Por eso, en los evangelios
podemos aprender que el que tiene centrada su vida en el propio dinero y en el
propio capital pervierte su visión de la vida, del mundo y de todo, hasta el
extremo de llegar a cegarse sólo en el atesorar y atesorar más. De forma que,
una persona así, vive en la plena oscuridad de la vida. No ve, la injusticia en
que vivimos y el destrozo humano cargado de dolor y desesperanza que todo ese
poder económico de más y más trae consigo.
De ahí la fuerza de la frase
de Jesús: “No podéis servir a dos Señores a Dios y al dinero”. La fuerza de
esta sentencia evangélica está en que quién centra su vida en el dinero, lo que
hace es construir al dinero en amo, al tiempo que él mismo se vende como
esclavo a semejante dueño. Así, el codicioso, creyendo que es libre, en
realidad es un hombre que perdido su libertad. Y vive a merced de lo que le
manden los mercados económicos.
De aquí que desde este punto
de vista cristiano urge levantar la voz para proclamar la más amplia de la
justicia social, de manera que nos llegue a humanizarnos plenamente, porque en
la medida que nos humanicemos estamos en el camino de la construcción del Reino
de Dios en la tierra.
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