Hoy día de San Francisco de
Asis, quisiera en primer lugar felicitar al Papa Francisco. En segundo lugar me
viene a la memoria el papel de San Francisco ante las autoridades eclesiales de
su época. Y me viene a la memoria en estos días, cuando el Papa también intenta
una renovación de la curia con la designación del G 8.
Recordemos que poco antes de ser convocado
el Concilio Vaticano II, los teólogos de la época pensaban unánimemente que,
después de la declaración de la infalibilidad del Papa por el Vaticano I en
1870 y del ejercicio del magisterio pontificio, los concilios eran ya innecesarios. De ahí la sorpresa, entusiasmo y
recelos que despertó la convocatoria de Juan XXIII de un "concilio
ecuménico", el 25 de enero de 1959, cuatro meses después de ser elegido
papa. El papa Roncalli captó inmediatamente las simpatías de todo el mundo por
su autenticidad, humor, audacia y sencillez. Sugirió perspectivas nuevas, nunca
impuso consignas, respetó la libertad de todos y dijo palabras decisivas en
tono coloquial.
El Concilio fue inaugurado el 11 de octubre de 1962 por Juan XXIII, -hace exactamente este año sus cincuenta aniversario-, con un discurso redactado por él mismo, que causó viva impresión. Sus palabras ayudaron a buscar la identidad de la magna convocatoria. No sería una reunión de obispos para condenar errores por medio de anatemas o proclamar afirmaciones dogmáticas sabidas, sino un concilio "eminentemente pastoral" que debía centrarse en la unidad de las Iglesias, la paz del mundo, la Iglesia de los pobres y la renovación de la vida cristiana. Al mismo tiempo denunció Juan XXIII a los "profetas de calamidades, que siempre están anunciando infaustos sucesos".
El acto se retransmitió a
todo el mundo por televisión. Acudieron a la cita conciliar 2.540 obispos,
mientras que en el Vaticano I hubo 744 y en Trento 258. Los obispos del
Vaticano I eran de raza blanca y en su mayoría europeos; en el Vaticano II hubo
padres conciliares de todos los continentes y razas. Fueron nombrados peritos
del Concilio teólogos hasta entonces sospechosos por su progresismo, a los que
se sumaron otros partidarios de la reforma de la Iglesia. El influjo de los
expertos fue decisivo. Se usó el latín como idioma del concilio.
No fue fácil para los 700 periodistas de todo el mundo dar cuenta del evento. El Concilio había despertado la atención de la Asamblea del C o n s e j o Ecuménico de las Iglesias, celebrada en Nueva Delhi en 1961, pero apenas interesó en el mundo islámico y en los medios religiosos judíos, al menos en un principio. Hubo observadores ortodoxos, anglicanos y protestantes.
Los meses anteriores a la inauguración del Concilio suscitaron una gran esperanza en el mundo católico y en el mundo cristiano en general. Juan XXIII había manifestado, recién elegido Papa, anhelos de paz, unión y renovación a todos los niveles. Al mismo tiempo había en los sectores progresistas desconfianza, dado el inmovilismo doctrinal reinante. En líneas generales faltó preparación y se advirtió, lógicamente, escasa experiencia conciliar.( Casiano Floristan).
El Concilio Vaticano II, es
considerado en todo el mundo católico como el acontecimiento más importante del
siglo XX. Transcurrido 50 años de aquel acontecimiento, podemos decir que
tenemos la Iglesia que quiso ese Concilio, estamos en esa " primavera
eclesial ", de la que se habló con tanto entusiasmo en los años sesenta.
Cierto es que según los
grandes teólogos, los concilios , a lo largo de la historia de Iglesia, han tardado,
por lo menos, cuarenta o cincuenta años en ser plenamente aceptados y hechos
vida en la Iglesia. Este tiempo ha llegado, no solamente cronológicamente, si
no físicamente. Y digo físicamente porque en el Papa Francisco, la mayoría de
los miembros de la Iglesia, vemos la explosión de esa primavera eclesial que
nació hace 50 años. Un Papa, que quiere que el mensaje de la Iglesia interese a
la gente de este mundo.
Hasta el presidente
estadounidense, Barack Obama, afirmó estar "muy impresionado con
los pronunciamientos" del Papa Francisco, por su "humildad",
"empatía con los pobres" y por respaldar lo que dice con sus actos. En
una entrevista con el canal CNBC, el mandatario estadounidense dijo que esa
impresión no se debe "a ningún asunto en particular", sino a que
"parece una persona que celebra las enseñanzas de Cristo, de increíble
humildad y de sentido de empatía con los pobres". "Creo que primero y
sobre todo piensa en acoger a la gente y no en rechazarla, busca lo que es
bueno en ellas, en lugar de condenarlas", indicó Obama.
El Papa Francisco va
delante, en este proceso de renovación eclesial que se vislumbra, a pasos de
gigante a una velocidad que nos cuesta trabajo seguir. No lo dejemos sólo,
especialmente aquellos que durante años hemos reclamado nuevos aires. No se
trata de una obediencia ciega a la figura papal como ha ocurrido anteriormente
por esos grupos que han sido más papistas que el papa. Si ya fueron muchos los
que, más o menos abiertamente, criticaron la renuncia de Benedicto XVI por
"haberse bajado de la cruz", temen que la apertura que sugiere Bergoglio puede traicionar
ciertos principios irrenunciables para ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario