“El
bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia. Son
incontables los análisis que se han hecho sobre el matrimonio y la familia,
sobre sus dificultades y desafíos actuales. Es sano prestar atención a la
realidad concreta, porque « las exigencias y llamadas del Espíritu Santo
resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia », a través de
los cuales « la Iglesia puede ser guiada a una comprensión más profunda del inagotable
misterio del matrimonio y de la familia »
Con
estas palabras comienza el capítulo segundo de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia.
Posiblemente,
en estos momentos de nuestra vida eclesial; estamos viviendo en el acompañar
del Papa Francisco, una nueva comunidad eclesial que intenta abrirse al mundo,
salir de sus fronteras, en las cuales se encontraba cerrada, para intentar
reconciliarse con ese mundo, del cual estaba posiblemente apartado.
Aquí,
es donde nosotros estamos llamados, a crear comunidades cristianas fraternas y
abiertas al Espíritu y al mundo, para hacer una lectura más profética de
nuestros horizontes y de nuestras realidades.
El
cambio de cultura en el que estamos inmerso, ha hecho que nuestros jóvenes,
nuestros hijos, hijas, nietos y nietas, opten por una vida de pareja, de
convivencia, de relaciones prematrimoniales que a veces surgen sin proyecto de
familia y que en el transcurrir del tiempo algunas se consolidan en la unión
matrimonial y otras en el fracaso de la inexistencia de ningún proyecto de
pareja o de familia.
Estos
contextos, sin duda alguna, no son realidades de ahora, son realidades que han
existido siempre y que han permanecido ocultas a los ojos de todos, pero como
todo lo oculto, tarde o temprano ve la luz. Y, ahora están dando la luz y, por
consiguiente nos interpelan y nos piden a nuestras comunidades, nuestra
escucha, nuestra voz y nuestra apertura a esas nuevas realidades, con el fin de
poder ayudar a construir y restaurar esas nuevas realidades familiares que nos
rodean, desde la luz del Evangelio y la comunión de la Iglesia.
De
aquí, que dentro de este año jubilar dedicado a la Misericordia, el Papa
Francisco nos haya ayudado a discernir sobre esas realidades familiares tan
cercanas a nosotros, desde el regalo de la exhortación apostólica Amoris laetitia (La alegría
del amor), un texto que recoge las conclusiones de la reflexión de la Iglesia
sobre la vida en familia.
En
este documento se habla de matrimonio y de hijos, de crisis, de educación
y, pero sobre todo, de alegría en el amor y desde el amor. Esto es lo
verdaderamente llamativo de la Amoris
laetitia, la insistencia del papa en el tema del amor mutuo, "amor
de amistad" que iguala y une - y no
en la doctrina de la Iglesia o en sus leyes - como argumento transversal, que
recorre toda la Exhortación de principio a fin.
Si
prestamos atención a lo que ocurre actualmente en nuestras familias, enseguida
nos daremos cuenta y comprenderemos que la familia es una de las instituciones
que está experimentado cambios continuos, rápidos y profundos.
Nada
más ver, como en una misma familia, los abuelos no comprenden las nuevas
costumbres de los hijos y, menos aún, las de los nietos. Pero aún más, el
cambio de nuestros hijos a nosotros, ha sido y es mucho mayor que el nuestro,
con respecto a nuestros padres.
Como
dice la misma Exhortación «La elección del matrimonio civil o, en otros casos,
de la simple convivencia, frecuentemente no está motivada por prejuicios o
resistencias a la unión sacramental, sino por situaciones culturales o contingentes»
(294).
Estas
nuevas situaciones culturales, sin duda alguna, determinan una nueva formar de
vivir que a su vez determina una nueva forma de pensar, y a la vez, esa nueva
forma de pensar, va determinando una nueva forma de vivir.
Así,
hemos pasado de la familia tradicional que era, sobre todo, el matrimonio que
se contraía sobre una unidad económica y no sobre la base de un amor sexual; a
uniones basadas en las relaciones sexuales y amorosas, en relaciones
padres-hijos por circunstancias de la rotura familiar y en relaciones de
amistad y de convivencia.
De
ahí, que el centro de la institución familiar se ha desplazado, de la familia
como "unidad económica", a lo que acertadamente se ha denominado la "relación pura" de la familia
(Anthony Giddens). Considerándose el concepto de "relación pura"
como: "La relación que se basa en
la comunicación, la escucha, el discernimiento y que permite entender el punto
de vista y el actuar de la otra persona como parte esencial en su vida personal
y familiar".
Desde
este punto de vista, no hay que esforzarse mucho para advertir que el Papa,
siendo fiel a la tradición de la Iglesia, ha dado en el clavo de lo que está
ocurriendo en la institución familiar. Y como no, en el clavo también de la
solución a estos estados de situaciones que vivimos a nivel de las relaciones
familiares.
La
solución de los problemas de la familia no va a estar en afirmar verdades
teológicas rotundas, como hemos hecho en tiempos pasado y presente. Ni vendrá
por el sometimiento a normas eclesiales rígidas. En nada de eso está el
problema. Y, por tanto, en nada de eso estará la solución.
El
papa Francisco, sin duda alguna, ha captado los "signos de los
tiempos" mucho mejor de los que se empeñan en decir que todo sigue igual,
después de la Exhortación apostólica Amoris
laetitia. El Papa nos exhorta a
recuperar la estabilidad de la familia, su equilibrio y su razón de ser, en la
medida en que pongamos el amor, el entender, el discernir y el punto de vista
de la otra persona como el centro de la institución familiar y de sus nuevas
realidades.
Por
ello, en torno al gran tema del amor, hay dos grandes preocupaciones del Papa
con respecto al matrimonio y la familia, que atraviesan toda la exhortación
apostólica como muy bien resume el escritor José Antula en un estudio detallado
de la Amoris laetitiae titulado "La verdadera novedad de Amoris
laetitiae":
1)
Desarrollar una "pedagogía del amor", que oriente a los jóvenes hacia
el matrimonio.
La
Exhortación destaca la necesidad de "presentar las razones y las
motivaciones para optar por el matrimonio y la familia" (35), de
"ayudar a los jóvenes a descubrir el valor y la riqueza del
matrimonio" (205) y de "tocar las fibras más íntimas de los jóvenes,
allí donde son más capaces de generosidad, de compromiso, de amor e incluso de
heroísmo, para invitarles a aceptar con entusiasmo y valentía el desafío del
matrimonio" (40). Pero concreta esta propuesta como "una pedagogía
del amor que no puede ignorar la sensibilidad actual de los jóvenes, en orden a
movilizarlos interiormente" (211).
2)
Estimular el crecimiento del amor de los esposos.
Este
segundo eje está mucho más acentuado que el primero. El Papa remarca que
"hoy, más importante que una pastoral de los fracasos es el esfuerzo
pastoral para consolidar los matrimonios y así prevenir las rupturas"
(307). Y pregunta con dolor: "¿quiénes se ocupan hoy de fortalecer los
matrimonios?" (52). Constantemente
el Papa Francisco habla con gran realismo sobre los matrimonios
"reales", con todos sus límites, dificultades, imperfecciones, luchas
y duros desafíos. Muestra con crudeza que necesitan ayuda, sin dejar de
agradecer que "muchas familias, que están lejos de considerarse perfectas,
viven en el amor, realizan su vocación y siguen adelante, aunque muchas veces caigan
a lo largo del camino" (57).
Pero
el asunto es que "el amor matrimonial no se cuida ante todo hablando de la
indisolubilidad como una obligación, o repitiendo una doctrina, sino
afianzándolo gracias a un crecimiento constante bajo el impulso de la gracia y
del amor" (134). Nunca "podremos alentar un camino de fidelidad y de
entrega recíproca si no estimulamos el crecimiento, la consolidación y la
profundización del amor conyugal y familiar" (89).
Siguiendo
el esquema que propone San Pablo a los Corintios (I Co 13.4-7), el Papa
Francisco, repasa las claves para
cuidar bien del matrimonio, que es la base imprescindible para cuidar de
la familia (puntos 90 al 117):
1.-
Paciencia. “Tener paciencia no es dejar que
nos maltraten continuamente, o tolerar agresiones físicas, o permitir que nos
traten como objetos. El problema es cuando exigimos que las relaciones sean
celestiales o que las personas sean perfectas, o cuando nos colocamos en el
centro y esperamos que sólo se cumpla la propia voluntad. Entonces todo nos
impacienta, todo nos lleva a reaccionar con agresividad (…) El amor tiene
siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte
de este mundo, también cuando actúa de un modo diferente al que yo desearía”.
2.- Actitud de servicio. “La
paciencia nombrada en primer lugar no es una postura totalmente pasiva, sino
que está acompañada por una actividad, por una reacción dinámica y creativa
ante los demás. Indica que el amor beneficia y promueve a los demás. Por eso se
traduce como servicial”.
3.-
Sanando la envida. “El verdadero amor valora los logros
ajenos, no los siente como una amenaza, y se libera del sabor amargo de
la envidia. Acepta que cada uno tiene dones diferentes y distintos caminos
en la vida”.
4.-
Sin hacer alarde ni agrandarse. “Quien ama, no sólo
evita hablar demasiado de sí mismo, sino que además, porque está centrado en
los demás, sabe ubicarse en su lugar sin pretender ser el centro”.
5.-
Desprendimiento. “Hay que evitar darle prioridad al amor
a sí mismo como si fuera más noble que el don de sí a los demás (…)
El amor puede ir más allá de la justicia y desbordarse gratis, sin
esperar nada a cambio.
6.-
Sin violencia interior. Es decir, sin “una reacción
interior de indignación provocada por algo externo. Se trata de una violencia
interna, de una irritación no manifiesta que nos coloca a la defensiva ante los
otros, como si fueran enemigos molestos que hay que evitar. Alimentar esa
agresividad íntima no sirve para nada. Solo nos enferma y termina aislándonos.
La indignación es sana cuando nos lleva a reaccionar ante una grave injusticia,
pero es dañina cuando tiende a impregnar todas nuestras actitudes ante los
otros”.
7.-
Perdón. “Si permitimos que un mal sentimiento
penetre en nuestras entrañas, dejamos lugar a ese rencor que se añeja en el
corazón (…) La tendencia suele ser la de buscar más y más culpas, la de
imaginar más y más maldad, la de suponer todo tipo de malas intenciones, y así
el rencor va creciendo y se arraiga. De ese modo, cualquier error o caída del cónyuge
puede dañar el vínculo amoroso y la estabilidad familiar. El problema es que a
veces se le da a todo la misma gravedad, con el riesgo de volverse crueles ante
cualquier error ajeno. La justa reivindicación de los propios derechos se
convierte en una persistente y constante sed de venganza más que en una sana
defensa de la propia dignidad”.
8.-
Disculpar todo. “Los esposos que
se aman y se pertenecen, hablan bien el uno del otro, intentan mostrar el
lado bueno del cónyuge más allá de sus debilidades y errores. En todo caso,
guardan silencio para no dañar su imagen (…) No es la ingenuidad de quien
pretende no ver las dificultades y los puntos débiles del otro, sino la
amplitud de miras de quien coloca esas debilidades y errores en su contexto”.
9.-
Confía. “La confianza hace posible una relación
de libertad. No es necesario controlar al otro, seguir minuciosamente sus
pasos, para evitar que escape de nuestros brazos. Esa libertad (…) permite que
la relación se enriquezca y no se convierta en un círculo cerrado y sin
horizontes. (…) Al mismo tiempo, hace posible la sinceridad y la transparencia,
porque cuando uno sabe que los demás confían en él y valoran la bondad básica
de su ser, entonces sí se muestra tal cual es, sin ocultamientos”.
10.-
Espera. “Siempre espera que sea posible una
maduración, un sorpresivo brote de belleza, que las potencialidades más ocultas
de su ser germinen algún día. No significa que todo vaya a cambiar en esta
vida. Implica aceptar que algunas cosas no sucedan como uno desea, sino que
quizás Dios escriba derecho con las líneas torcidas de una persona y saque
algún bien de los males que ella no logre superar en esta tierra”.
Francisco
insiste a diestra y siniestra que "todo esto se realiza en un camino de
permanente crecimiento. Esta forma tan particular de amor que es el matrimonio,
está llamada a una constante maduración" (134). Nos recuerda que "el
amor que no crece comienza a correr riesgos, y sólo podemos crecer respondiendo
a la gracia divina con más actos de amor, con actos de cariño más frecuentes,
más intensos, más generosos, más tiernos, más alegres" (134).
En
ese camino del amor no se excluyen la sexualidad y el erotismo, ya que
"Dios mismo creó la sexualidad, que es un regalo maravilloso" (150) y
la dimensión erótica del amor es "don de Dios que embellece el encuentro
de los esposos" (152). Francisco asombra a muchos al decir que la unión
sexual es "camino de crecimiento en la vida de la gracia para los
esposos" (74). Por lo tanto, la educación y maduración de la sexualidad
conyugal "no es la negación o destrucción del deseo sino su dilatación y
su perfeccionamiento" (149).
Invitando
a los esposos a hacer renacer el amor en cada nueva etapa, les insiste que
"de ningún modo hay que resignarse a una curva descendente, a un deterioro
inevitable, a una soportable mediocridad" (232). El amor conyugal tiene
que "renacer, reinventarse y empezar de nuevo hasta la muerte" (124).
Pero,
así y todo, muchas veces esa unidad matrimonial no llega a su puerto final; si
no que en su trayectoria se encuentra con un iceberg que roza y rompe el casco
de la nave, produciéndose su hundimiento y creándose nuevas formas de
salvamento personales y generales.
Por
eso, una comunidad basada en la «amistad cristiana» enriquecería y trasformaría
hoy más que nunca nuestras comunidades y trasformaría más que nunca a la
Iglesia de Jesús. De aquí, que el camino emprendido por el Papa Francisco, con
sus gestos de cercanía, servicio, entrega, preferencia por los necesitados, de
escucha, de comprensión y misericordia, puede ser un nuevo revulsivo a esa
Iglesia que parece que se va diluyendo entre nosotros.
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