Una vez más, dentro del
pontificado del Papa Francisco, salta la corrupción de las finanzas vaticanas y
especialmente de algunos de sus altos dirigentes. Indiscutiblemente estos
acontecimientos perjudican notablemente a la Iglesia y aún más cuando estamos
rodeados de un contexto de corrupción en todos los niveles sociales.
Los acontecimientos vienen
marcados por la publicación de dos libros que al parecer narran estas
corrupciones. Al día siguiente a la aparición de estos libros, el Papa en su homilía
diaria en Santa Mata, recordó la radicalidad del Evangelio, la llamada de
Jesucristo:
«También en la Iglesia hay
quienes, en lugar de servir, de pensar en los demás, se sirven de la Iglesia:
los trepadores, los apegados al dinero. Y cuántos sacerdotes, obispos hemos
visto así. Es triste decirlo ¿no? La radicalidad del Evangelio, la llamada de
Jesucristo: servir, estar al servicio de, no detenerse, ir más allá,
olvidándose de sí mismos. Y la comodidad del estatus: he logrado un estatus y
vivo cómodamente sin honestidad, como esos fariseos, de los que habla Jesús,
que se paseaban en las plazas, haciéndose ver por los demás».
Tras reiterar que Jesús nos
muestra el modelo de Pablo, alentó a pedir la gracia de vencer toda tentación
de una doble vida:
«Sin embargo, cuando la
Iglesia es tibia, ensimismada, incluso con afán de negocios sin escrúpulos, no
se puede decir que es una Iglesia que ministra, que está al servicio, sino que
se sirve de los demás. Que el Señor nos de la gracia que dio a Pablo, ese punto
de honor de ir adelante siempre, renunciando a las comodidades tantas veces, y
que nos salve de las tentaciones, de estas tentaciones que en el fondo son
tentaciones de una doble vida: me hago ver como ministro, como el que sirve,
pero en el fondo me sirvo de los demás».
Desde mi punto de vista, la
radicalidad del dinero y la fe no es cuestión de religión, sino de estilo de
vida. Para entender esto, deberíamos tener presente que el cristianismo no es
una religión, sino una filosofía de entender la vida, desde una perspectiva
humana. Ahora bien, cuando esa filosofía la convertimos en religión, pero no
nos hace más humano, es donde viene el problema y las contradicciones de la conciencia
y de nuestra presencia ante Dios.
Jesús no está en contra del
dinero, como instrumento de cambio. Ni está en contra del capital, necesario
para la productividad, para el progreso, para generar vida y bienestar. Pero
lógicamente siempre que el dinero y el capital se utilicen para el bien de
todos. Y no, para acumular riqueza a costa del hambre y la necesidades de los
más indigentes.
Ahora bien, porque plantea
Jesús el tema del dinero desde esta perspectiva. Simplemente porque Jesús era un
hombre honesto y libre. Por todo esto se comprende la incompatibilidad que Jesús
establece entre Dios y el afán de ganancias. Como también se comprende la dura
sentencia contra los fariseos, “amigos del dinero”: “Presumís de observantes,
pero Dios os conoce por dentro”.
El problema es que no hemos
asumido el valor de ser HUMANO que Jesús nos transmitió del Dios que encarnado
en él y si el valor del dinero
deshumanizado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario