Los pasos aperturistas que
el Papa Francisco, está llevando a cabo en el seno de la Iglesia, sobre todo su
revolucionaria sencillez y austeridad, además del tono cuasi revolucionario de
algunos de sus discursos, empiezan a chirriar en sectores ultras de la Iglesia.
Y, la prueba más grande la tenemos el Sínodo de los Obispos que se está
celebrando.
Lógicamente, son muchos los
que creen que en esto puede estar el fermento de un posible cisma de la Iglesia
en nuestra era. Porque, la verdad sea dicha, este es el ambiente que se vive
cada vez más, en nuestra Iglesia. Motivado posiblemente, en la creencia, de que
la Iglesia sacramentalista de tiempos pasados ha dado más feligresía, que las
posturas de la Iglesia del Concilio Vaticano II.
Pero a todo esto, tengo que
añadir que, -uno que comulga con “conservadores“ y “progresistas“-, si existe
un problema, es más a veces, por la parte “conservadora“, que por la
“progresista“. Y esto, es debido desde mi punto de vista a que los
“conservadores“ suelen ser muy dogmáticos. Y el dogmatismo, como es bien
sabido, ciega la luz del Evangelio en función de los signos de los tiempos.
Porque, el dogmático auténtico, lo que en realidad hace, es despreciar a todo
el que no piensa como él, y a todo el que, se atreve a decir lo que disiente de
lo que él piensa y habla.
Y el ejemplo más claro lo
tenemos en Jesús. Jesús, no creo un cisma en el judaísmo. Fueron los sumos
sacerdotes, fariseos, los que no escucharon su voz profética, hasta el extremo
que decidieron matarlo. Por eso, Jesús no perteneció al Templo de Jerusalén,
porque en primer lugar, no pertenecía a la clase sacerdotal y, en segundo lugar
no fue una persona dogmática, como los fariseos y los letrados.
En conclusión, el
progresismo de Jesús, no dio lugar al cristianismo, si no la ceguera de los
hombres de la religión judía, sacerdotes, letrados y fariseos, con respecto al
mensaje profético de Jesús, fueron los que hicieron que Jesús fuera perseguido.
Igual, pasa en nuestra
Iglesia, el problema no está en los progresistas, sino en aquellos que quieren
ver la luz del Evangelio, con la mentalidad de tiempos pasados y no en función
de los signos de los tiempos.
Así habla el Papa: “Me duele
comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aún entre personas
consagradas, consentimos diversas formas de odios, calumnias, difamaciones,
venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier
cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién
vamos a evangelizar con esos comportamientos?”.
El Papa Francisco sufre al
ver divisiones, conflictos y enfrentamientos de “cristianos en guerra contra
otros cristianos”. Es un estado de cosas tan contrario al Evangelio que ha
sentido la necesidad de dirigirnos una llamada urgente: “No a la guerra entre
nosotros”.
En definitiva, el problema
es que a veces no creemos en "la" Iglesia, sino en "mi"
Iglesia. Y a Iglesia es una, es santa, es católica, es universal.
Tenemos que recuperar la fe
y la esperanza en la presencia del Espíritu Santo, que es el que lleva el timón
de la Iglesia. Dejémosle actuar y obedezcamos su soplo. Entonces no tendremos
por qué temer nada.
Lo que sí está también claro
es que estamos ante una nueva transformación mundial y la Iglesia si quiere
seguir siendo portadora de la Palabra de Dios, tiene que estar también transformándose
ella misma, para poder recoger el pulso de la transformación mundial.
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