Un hecho palpable es que el
pensamiento religioso y el lenguaje teológico es ya un pensamiento y un
lenguaje marginal en la cultura actual, sobre todo en la cultura de los países
más avanzados, más industrializados y, por tanto, más influyente en el resto
del mundo. La Iglesia ya no inspira las grandes instituciones que movilizan a
la gente: ni la economía, ni la política, ni la ciencia cuentan ya con el
mensaje y con el lenguaje de la religión. Y es importante no olvidar que esta
marginalidad es tanto más patente cuanto más descendemos en la escala de
edades. De forma que las generaciones de cuarenta y cinco años para abajo, en su
inmensa mayoría, ya no se interesan en absoluto por el mensaje del Reino que
anuncia el Evangelio.
Por eso tenemos que
preguntarnos: ¿Transmitimos un "mensaje"?. Esto es fundamental
tenerlo claro. Porque un mensaje, si es verdaderamente tal, es porque dice
algo, comunica algo, transmite algo. Pero, para que haya comunicación, lo que
se comunica tiene que interesar alguien recibe el mensaje. Pero la cuestión es:
¿Interesa lo que comunica la Iglesia? ¿Por qué no interesa tantas veces?.
El mensaje del Reino es,
ante todo, un mensaje de vida, de paz, de respeto, de tolerancia, de bondad. Es
un mensaje que contagia felicidad, acogida, encuentro y sentido a la vida.
Pero, ¿es eso lo que hacemos los cristianos?, ¿lo hacemos, ante todo, con
nuestra forma de vivir?, ¿es coherente lo que vivimos con lo que decimos?
Y conste que, al decir estas
cosas, no estoy manejando teorías, sino hechos que están a la vista de todos.
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