Hace seis meses escuchábamos
las siguientes palabras del Papa Francisco "Sólo me viene la palabra
vergüenza. Es una vergüenza". Estas palabras del Papa Francisco resumieron el
sentir de buena parte de la comunidad internacional ante el naufragio que se
registró cerca de la isla de Lampedusa en el que fallecieron más de
un centenar de personas y desaparecido otras 250, tras ver cómo una
veintena de barcos observaban el incendio de la embarcación sin
avisar a las autoridades.
Ayer, vivimos nuevamente y
desgraciadamente esta historia. Han transcurrido solamente seis meses y hemos
vivido nuevamente la gran vergüenza de la humanidad, como nos dijo el Papa
Francisco. En el suceso de ayer, se calcula que podrían ascender a
200 los muertos en el naufragio ayer a un centenar de millas de
la isla siciliana de Lampedusa de una barcaza en la que según varios
supervivientes viajaban unos 400 inmigrantes. Las fuerzas italianas han logrado
rescatar con vida a 200 personas y has recuperado los cuerpos de 17 muertos.
Pero de los otros 200 inmigrantes que iban en el cayuco no se tienen noticias.
Se teme que se encuentren en el fondo del mar, en ese gigantesco
cementerio que es el Mar Mediterráneo, donde se calcula que 25.000
personas han perdido la vida en los últimos 20 años cuando trataban de entrar
en Europa.
De lo que no hay duda es que
el barco en el que viajaban los inmigrantes se ha hundido. El propio
responsable de Inmigración del Ministerio italiano del Interior, Giovanni
Pinto, había señalado hace unos días en una comparecencia ante el Parlamento
cómo las embarcaciones cargadas de 'sin papeles' que se hacen a la mar desde
Libia cada vez son decrépitas, porque los traficantes de seres
humanos saben que las naves italianas acuden a socorrer a los inmigrantes
casi en el límite con las aguas territoriales libias. En el naufragio de ayer,
aunque sólo una hora después de que la barcaza se fuera a pique los primeros
equipos de rescate ya se encontraban en el lugar, para muchos de los
inmigrantes ya era demasiado tarde.
¡Hasta cuando! “Europa salva
a los bancos y deja morir a madres con niños", se lamenta el primer
ministro italiano, Matteo Renzi.
A nada más que, realicemos
un breve estudio de la economía a lo largo de la historia, podremos
observar que estás han sido muy distintas. Sin embargo, en todas esas épocas
económicas, la relación del hombre con los bienes materiales, ha sido
siempre igual, la de atesora más y más. A esto se le ha denominado codicia
.
Ahora bien, la codicia a la
que el ser humano está llegando en esta sociedad de la globalización,
es la causa fundamental de la enorme crisis económica que se está padeciendo y
que tanto sufrimiento está produciendo, sobre los más pobres. Pues estamos
viendo que, en una economía global, los destrozos de la codicia también
son globales.
Por eso, en los evangelios
podemos aprender que el que tiene centrada su vida en el propio dinero y
en el propio capital pervierte su visión de la vida, del mundo y de
todo, hasta el extremo de llegar a cegarse sólo en el atesorar y atesorar más.
De forma que, una persona así, vive en la plena oscuridad de la vida. No ve, la
injusticia en que vivimos y el destrozo humano cargado de dolor y desesperanza
que todo ese poder económico de más y más trae consigo.
De ahí la fuerza de la frase
de Jesús: “No podéis servir a dos Señores a Dios y al dinero”. La fuerza
de esta sentencia evangélica está en que quién centra su vida en el dinero, lo
que hace es construir al dinero en amo, al tiempo que él mismo se vende como
esclavo a semejante dueño. Así, el codicioso, creyendo que es libre, en
realidad es un hombre que perdido su libertad. Y vive a merced de lo
que le manden los mercados económicos.
De aquí que desde este punto
de vista cristiano urge levantar la voz para proclamar la más amplia
de la justicia social, de manera que nos llegue a humanizarnos plenamente,
porque en la medida que nos humanicemos estamos en el camino de la construcción
del Reino de Dios en la tierra
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