Que la familia es una
institución a valorar y proteger, esto no tiene discusión ninguna. Porqué está
demostrado por la experiencia que, cuando en una sociedad, la estabilidad de la
institución familiar se deshace, todo el tejido social se descompone. Y cuando
este tejido social de un país, un pueblo, se descompone da lugar a conflictos
entre los géneros, violencia de de los hombres contra las mujeres; y de
éstas contra los hombres. Y, lo que es más preocupante, la violencia contra los
hijos, contra los niños, en todas las formas imaginables.
Ahora bien, el reconocer
esto, no implica que nuestra forma de concebir la composición familiar, sea la
única. Pues cuando nos aferramos al modelo de “un hombre y una mujer que se
unen indisolublemente para tener todos los hijos que Dios les mande",
posiblemente estamos cerrando la puerta a muchos hermanos nuestros en la gran
familia de Cristo, que es la Iglesia.
Y digo, todo esto, porque
cuantos Hermanos nuestros, han dejado la Iglesia por nuestra incomprensión.
Hermanos que han estado casado canónicamente y que por circunstancias de la
vida, han tenido que decir separarse, por el bien de todos los miembros
familiares y estando ambos cuidan de los hijos según sus acuerdos. Estos
hermanos, ya no tienen cabida al parecer en nuestro modelo de familia. Las madres
solteras, víctimas de la infidelidad de un hombre, o aquellas mujeres llenas de
caridad, que han decido recoger a uno de esos miles de niños abandonados, para
darle lo mejor de su vida, tampoco tendrían sitio en el modelo de familia. Y
como no, los padres solteros, hombres que con sus hijos se ven
también abandonados por su mujer y su madre, o el hombre que recoge a un niño
llegado de una patera, y que se ofrece generosamente para cuidarlo como padre,
tampoco formarían una familia. Y, por supuesto, los padres y madres que deciden
tener sólo un hijo o, a lo sumo dos, por compartir una paternidad responsable,
tampoco entran en el concepto de familia tradicional, cuyo fin es la
procreación.
Todas estas circunstancias y
todas estas personas forman parte de nuestra sociedad actual y como no, de la
Iglesia actual, familia grande de todos los creyentes en Cristo. Por eso,
cuando la Iglesia no actúa como esa gran familia acogedora, como esa familia
abierta a las circunstancias de las personas y a los signos de los tiempos,
viene el rechazo de los hijos a su madre y a la familia, dando lugar al
rompimiento de los vínculos.
Desde este año dedicado a la
maduración de la Fe y desde el compromiso que nació en Jesús de crear la gran
familia del Reino de Dios, EDUQUEMOS EN LA FE, encaminada EN DEFENDER LA
DIGNIDAD DE LAS PERSONAS, más que el de las Instituciones. Pues no debemos de
olvidar que para EDUCAR EN LA FE, DEBEMOS PRIMERO ACOGER EN LA FE.
En cualquier modelo de
familia lo importante es el amor, que Jesús predicó y que debemos desarrollar
en cualquier circunstancia que la vida nos plantee.
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