El pasado domingo 27 de
Abril, se llevó a cabo en la Ciudad del Vaticano la canonización de los Papas Juan
XXIII y Juan Pablo II.
Canonizar a una persona,
no significa decir que jamás pecó o nunca hizo nada malo, sino que su
ejemplo y estilo de vida es válido para los que formamos parte de la Iglesia
Católica.
Desde este pensamiento,
observo como la Iglesia continúa enseñándonos a todos como a través de una vida
sencilla de nosotros en el mundo que nos rodea también podemos ser santos. A la
vez, que nos recuerda también, que estas beatificaciones y canonizaciones
pueden llevar a una imagen de mayor compromiso social de todos los que formamos
parte de ella, a través de sus santificados.
Mi reflexión de hoy, no va
encaminada a dudar por ningún momento de las canonizaciones de Juan XXIII y
Juan Pablo II, ni mucho menos a sus pontificados, que como cualquier obra
humana están llenos de luces y sombras.
Lo que si me llama a mí la
atención, son los criterios que se utilizan en el seno de la Iglesia para analizar
las causas de los santos.
Y digo, todo esto,
porque el pasado 24 de Marzo, se cumplió 34 años que el arzobispo de San
Salvador, Mons. Oscar A. Romero, fue asesinado, mientras celebraba la
eucaristía en la capilla del hospital para enfermos terminales donde él mismo
vivía. Un tirador profesional le puso la bala mortal en el corazón. Su cuerpo
ensangrentado cayó sobre el altar en el momento del ofertorio. A Mons. Romero
no lo mataron por comunista. Ni por meterse en política. A Mons. Romero lo
mataron porque se puso de parte de un pueblo machacado por la ambición de 12
familias, que eran los dueños de todo aquel país, El Salvador.
Han pasado 34 años. En estos
años, han subido a los altares cientos y cientos de santos y beatos. El
arzobispo Romero sigue esperando en la cripta de la catedral de San Salvador,
que en Roma se acuerden de él, por lo menos para hacerlo beato. Esto da que pensar
¿No?.
Yo creo, que lo más
importante, en todos estos procesos de beatificaciones y canonizaciones, no es
que Roma beatifique o canonice, a una persona. Lo importante es que los que
formamos parte de esa comunidad eclesial, reconozcamos a esa persona por su
estilo de vida y seguimiento de Jesús. Por eso mismo, lo importante en Mons
Romero, no es que Roma lo reconozca, ni mucho menos, que sus ex-compañeros en
el episcopado lo propongan. Lo
importante es que todos aprendamos lo que representa y exige la
libertad al servicio de la misericordia. Este es el precio de la santidad.
Pero no importa que a Mons
Romero no lo suban a los altares, porque sus pobres de su pueblo, de su
comunidad, lo han subido al altar de su corazón.
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