Tras la solemne y apoteósica
canonización de los Papa Juan XXIII y Juan Pablo II, el pasado domingo 27 de
Abril, en la plaza de San Pedro, con la asistencia de un millón de fieles.
Llega, transcurrido unos días, la resaca de tal acontecimiento, con algunas voces
que siguen aclamando la acertada canonización de Juan XXIII, sobre el
cual, el Papa Francisco no ha querido aprobar ningún "milagro
externo" (siempre dudoso) para canonizarlo, sino que ha escuchado la voz
de millones de católicos y cristianos (y hombres de buena voluntad, fuera y
dentro de las iglesias) que le han amado y le siguen amando. Sobre
su vida y obra de papa cristiano que supo "desatar" el nudo que la
Iglesia había corrido, cerrándose a sí misma, y pudo lograr así que actuara el
Espíritu Santo en el Concilio Vaticano II. Otras voces, aclaman la rapidez de
la canonización de Juan Pablo II, por algunas de sus asignaturas pendientes,
como las sombras alargadas de Marcinkus, de Marcial Maciel y sus Legionarios de
Cristo, del cardenal Groer y la pederastia, el abandono de Monseñor Romero, que
le llevó a la muerte. Los teólogos de la Liberación condenados, la marginación
de la mujer en la institución. La involución eclesial y de la prepotencia de
los nuevos movimientos que, de su mano, coparon el poder en la Iglesia,
desactivaron el Vaticano II y ahogaron cualquier intento de pluralismo.
Mi reflexión de hoy, no va
encaminada a dudar por ningún momento de las canonizaciones de ambos Papas, ni
mucho menos de sus pontificados, que como cualquier obra humana están llenos de
luces y sombras.
Mi reflexión va sobre cómo
estamos convirtiendo en la Iglesia Católica todos los actos en grandes eventos
algo mediáticos, que muchas veces dejan desde mi punto de vista ser fuente
evangélica.
Debe ser notable, que Europa
se descristianiza y son cada vez menos los seguidores de la Iglesia Católica.
Esto, preocupa en Roma y preocupa lógicamente a todos los que formamos parte de
esta Iglesia. Quiero recordar, que en el Pontificado de Juan Pablo II, fue
sorprendente el número de eventos masivos organizados de forma mediática, con
el fin de seguir mostrando al mundo que la religión católica está viva, de que
el Papa es importante, de que los Obispos tienen una presencia social a tener
en cuenta. Concentraciones que se preparan cuidadosamente y en las cuales se
invierte una asombrosa cantidad de dinero. Posiblemente con el fin de que el
mundo nos vea, nos escuche; además de canalizar dichos eventos como procesos
evangelizadores.
No digo, que todo esto esté
bien, ni tampoco que todo esto está mal. Lo que quiero es aprovechar, todo
esto, para realizar un profundo análisis sobre cómo estamos orientando la
presencia de la Iglesia en el mundo. Ya que, el resultado después en nuestra
vida cotidiana, es muy distinto de la euforia con la cual vivimos estos
acontecimientos. Pues, nada más que tenemos que contemplar como nuestros
templos se encuentran cada vez más vacíos. Como esos miles de jóvenes que tanto
aparecen por la televisión, después no los vemos por nuestras parroquias, preguntándonos
una y otra vez por las vocaciones.
Estos acontecimientos suelen
ser ocasión, creo yo, de no pocos interrogantes, entre las personas que forman
parte de la Iglesia Católica y para los que no pertenecen a ella; y que yo no
voy a descubrir aquí, pues está en la mente de todos. Lo que si deberíamos
preguntarnos, es si esa imagen que transmitimos es el reflejo de una verdadera
Iglesia de Cristo; o más por el contrario seguimos buscando el reconocimiento del
mundo, más por nuestro poder que por nuestro servicio.
Es verdad, que nos
encontramos en un cambio de época y de una nueva visión del mundo que todavía
no sabemos muy bien por donde encaminar. Y que, como consecuencia de todo ello,
la Iglesia que esta inmensa en ese mundo, esta también buscando su camino para
llevar el Evangelio de Jesús. Pero desde mi punto de vista, creo que el
Evangelio no consiste en concentrar a personas en un espectáculo de masa, si no
en vivir el Espíritu que se desprende de él. Y, es por lo que deberíamos de ir pensando en centrar
a la Iglesia con más verdad y fidelidad en la persona de Jesús y en su proyecto
del Reino de Dios, como el Papa Francisco nos lleva recordando desde el inicio
de su pontificado.
Muchas cosas habrá que
hacer, pero ninguna más decisiva que esta conversión, la de volver al mensaje
de Jesús. Una Iglesia más sencilla, fraterna y buena, humilde y vulnerable, que
comparte las preguntas, conflictos, alegrías y desgracias de la gente. Creando
nuevas formas y lenguajes de evangelización, basado en el diálogo y en nuevos
carismas que nos permitan comunicar la experiencia viva de Jesucristo. No sé,
la verdad, si con estos eventos tan masivos conseguimos construir la Iglesia
que nació del mensaje de Jesucristo.
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