Una cosa es la historia de
la muerte de Jesús y otra cosa es su interpretación teológica que se
le ha dado a esta muerte. La historia de la muerte nos dice que los sumos
sacerdotes se dieron cuenta de que Jesús y la Religión (tal como ellos la
entendían) son incompatibles: "Nosotros tenemos una ley y según esa ley
tiene que morir". Jesús es irreconciliable con la Religión cuando en ella
unos hombres (los dirigentes) se sirven de Dios para dominar, someter y ejercer
violencia sobre los demás seres humanos.
La interpretación teológica
de la muerte de Jesús no puede hacerse de forma que, en definitiva, se termine
diciendo que "sin derramamiento de sangre no hay perdón"(Heb
9,22). Porque ese criterio está rechazado en la carta a los hebreos.
Y porque semejante principio lleva derechamente a la idea del "dios
vampiro", que necesita sangre y muerte para perdonar. Una blasfemia.
De lo dicho se sigue que la
muerte de Jesús no se puede entender desde la religión; porque no fue
un acto religioso, sino la ejecución de un condenado por la autoridad civil. Ni
se entiende desde la devoción, porque un crucificado no es una imagen de piedad,
sino el símbolo más fuerte de la exclusión social. Tampoco se entiende desde la
política, porque Jesús no fue un subversivo nacionalista, sino que acabó así su
vida por fidelidad al designio del Padre del cielo. La muerte de Jesús sólo se
puede comprender como exponente cumbre de la lucha por la libertad, es decir,
la lucha por la humanización que supera la deshumanización.
El Evangelio que nos
presenta la liturgia de mañana sábado nos cuenta el día que decidieron matar a
Jesús.
En aquél tiempo, muchos
judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús,
creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que
había hecho Jesús. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y
dijeron: - «¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir,
todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la
nación.» Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: -
«Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera
por el pueblo, y que no perezca la nación entera.» Esto no lo dijo por propio
impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente,
anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino
también para reunir a los hijos de Dios dispersos. Y aquel día decidieron darle
muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente con los judíos, sino que se
retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba
allí el tiempo con los discípulos. Se acercaba la Pascua de los judíos, y
muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para
purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban: - «¿Qué
os parece? ¿No vendrá a la fiesta?» Los sumos sacerdotes y fariseos habían
mandado que el que se enterase de dónde estaba les avisara para prenderlo. (Juan
11,45-57)
Este relato es de una
excepcional importancia histórica. Porque en él se nos dice dónde estuvo la
clave de la condena a muerte que dictó el sanedrín contra Jesús. La decisión no
la tomó el pueblo judío. La tomaron los dirigentes de la religión de aquel
pueblo. Y la tomaron el día que tomaron conciencia clara de que Jesús tenía tal
fuerza de atracción, que les quitaba a ellos la clientela. Los dirigentes
religiosos, en aquella religión y en todas las religiones, toman sus decisiones
por motivos de poder. Más exactamente, en función de lo que favorece o amenaza
el poder sacerdotal.
¿Qué amenaza para su poder
vieron los dirigentes religiosos judíos en Jesús? Vieron que la gente perdía la
fe en ellos y la ponía en Jesús. ¿Por qué? La gente busca en la religión
solución a problemas que, según las creencias de cada tiempo y de cada persona,
sólo la religión les puede aportar. Pues
bien, por este relato evangélico vemos que la gente vio en Jesús solución a
problemas que los sacerdotes y sus ceremonias no les solucionaban. En concreto,
a continuación del singular relato de la resurrección de Lázaro, es evidente
que allí estaba en juego el problema fundamental de todo ser humano: la vida.
Tener vida, gozar de la vida….
La mejor religión que
podemos practicar es la que practicó Jesús: la religión que da vida, que da
sentido a la vida, plenitud a la vida, felicidad y ganas de vivir. Este es el
camino que debemos y encontrar en la Pascua.
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