Durante esta semana santa nuestra
religiosidad popular, procesionará una multitud de imágenes de Cristo
crucificado, haciendo de ello, el mayor de los elogios triunfales del dolor,
del tormento y del fracaso de la vida de Jesucristo en la Cruz.
Porque eso, y no otra cosa,
es lo que hacemos cuando paseamos por nuestras calles, nuestras imágenes de amargura,
soledad, tortura, agonía y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Y todo ello
curiosamente acompañado con el más lujoso de nuestros “pasos “. Dando así un
verdadero culto al dolor y al sufrimiento de Jesús en su paso por este mundo,
buscando con ello seguramente nuestro acercamiento más sincero a Dios Padre y a
Jesús, de manera que se nos permita nuestra ansiada salvación.
Sin duda alguna, ningún
trozo evangélico ha sido tan distorsionado en su mensaje a lo largo de nuestras
enseñanzas, que la llamada de Jesús a “tomar la cruz “.
Cuando veamos esta semana a
nuestros crucificados, recordemos que la cruz nos enseña que Dios es el primero
que se ve afectado por el amor en libertad que él mismo nos ha dado. Nos
descubre hasta dónde llega el pecado, pero al mismo tiempo nos descubre hasta
donde llega el amor. La cruz de Cristo nos enseña que no se trata de cerrar los
ojos a la realidad negativa del mundo, sino de transformar la realidad con los
ojos bien abiertos. Saber ver hoy la presencia sufriente de Cristo en los
enfermos mal atendidos, en los jóvenes desesperados y maltratados por las
drogas, en los ancianos ante la soledad, en las familias destrozadas donde los
niños viven las mayores consecuencias, los pobres de espíritu y los pobres
materiales, que no tienen pan, agua, casa. Estando junto a estas innumerables
cruces actuales, es donde el sábado por la noche podremos encontrar al
Resucitado en la vigilia pascual.
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