Mañana sábado la Iglesia Católica celebrara la fiesta de la Inmaculada Concepción de María.
La fiesta de la Inmaculada
Concepción nos recuerda uno de los dogmas que la Iglesia nos enseña sobre
María, la Madre de Jesús. Este dogma fue definido por el Papa Pio IX, el día 8
de diciembre de 1854. Y nos indica la santidad de María, liberada del pecado original,
“en atención a los méritos de Cristo Jesús”.
Este dogma fue definido después
de largas controversias teológicas. En el estado actual de los estudios
teológicos, conviene evitar dos posibles interpretaciones incorrectas de este
dogma. Ante todo, se debe recordar que el “pecado original” es la denominación
que la teología ha dado a la limitación inherente a la condición humana, que se
manifiesta en la “privación de la gracia querida por Dios” en cuanto que no es
el amor el que, con tanta frecuencia, rige nuestros comportamientos (cf.
L.F.Ladaria) (Castillo).
La otra interpretación
incorrecta del dogma de la Inmaculada es la que presupone el “puritanismo
griego” como criterio determinante del pecado original y, por tanto, de este
dogma. Para los griegos, como es sabido, “la pureza, más bien que la justicia,
se ha convertido en el medio cardinal de la salvación” (E.R. Doods). Este “puritanismo”
dejó su sello en la misma definición del dogma cuando afirmar que María fue
liberada” de toda mancha de culpa desde el primer instante de su concepción” (DH
2803). Las ideas de San Agustín, sobre la generación humana manchada por la
culpa, dejaron su sello en la formulación del dogma. Lo que nos santifica no es
acercarnos a la pureza de los ángeles, sino al sufrimiento de los humanos
(Castillo).
La ejemplaridad de María,
que celebramos en esta fiesta, es motivo de piedad, devoción y, sobre todo, de
conducta ética en una vida generosidad y amor. Ejemplaridad que debe brillar en
la Iglesia, en una Iglesia del " Magníficat ", que no se complace en
los soberbios, potentados y ricos de este mundo, sino que busca pan y dignidad
para los pobres y hambrientos de la tierra, sabiendo que Dios esta de su parte;
y en una Iglesia atenta al sufrimiento de todo ser humano, que sabe, como María
olvidarse de sí misma y " marchar de prisa " para estar cerca del que
necesita esta ayudado.
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