viernes, 21 de octubre de 2016

REALIDAD Y DESAFÍOS DE LAS FAMILIAS

“El bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia. Son incontables los análisis que se han hecho sobre el matrimonio y la familia, sobre sus dificultades y desafíos actuales. Es sano prestar atención a la realidad concreta, porque « las exigencias y llamadas del Espíritu Santo resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia », a través de los cuales « la Iglesia puede ser guiada a una comprensión más profunda del inagotable misterio del matrimonio y de la familia »

Con estas palabras comienza el capítulo segundo de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia.
Posiblemente, en estos momentos de nuestra vida eclesial; estamos viviendo en el acompañar del Papa Francisco, una nueva comunidad eclesial que intenta abrirse al mundo, salir de sus fronteras, en las cuales se encontraba cerrada, para intentar reconciliarse con ese mundo, del cual estaba posiblemente apartado.
Aquí, es donde nosotros estamos llamados, a crear comunidades cristianas fraternas y abiertas al Espíritu y al mundo, para hacer una lectura más profética de nuestros horizontes y de nuestras realidades.
El cambio de cultura en el que estamos inmerso, ha hecho que nuestros jóvenes, nuestros hijos, hijas, nietos y nietas, opten por una vida de pareja, de convivencia, de relaciones prematrimoniales que a veces surgen sin proyecto de familia y que en el transcurrir del tiempo algunas se consolidan en la unión matrimonial y otras en el fracaso de la inexistencia de ningún proyecto de pareja o de familia.
Estos contextos, sin duda alguna, no son realidades de ahora, son realidades que han existido siempre y que han permanecido ocultas a los ojos de todos, pero como todo lo oculto, tarde o temprano ve la luz. Y, ahora están dando la luz y, por consiguiente nos interpelan y nos piden a nuestras comunidades, nuestra escucha, nuestra voz y nuestra apertura a esas nuevas realidades, con el fin de poder ayudar a construir y restaurar esas nuevas realidades familiares que nos rodean, desde la luz del Evangelio y la comunión de la Iglesia.
De aquí, que dentro de este año jubilar dedicado a la Misericordia, el Papa Francisco nos haya ayudado a discernir sobre esas realidades familiares tan cercanas a nosotros, desde el regalo de la exhortación apostólica Amoris laetitia (La alegría del amor), un texto que recoge las conclusiones de la reflexión de la Iglesia sobre la vida en familia.
En este documento se habla de matrimonio y de hijos, de crisis, de educación y, pero sobre todo, de alegría en el amor y desde el amor. Esto es lo verdaderamente llamativo de la Amoris laetitia, la insistencia del papa en el tema del amor mutuo, "amor de amistad" que iguala y une  - y no en la doctrina de la Iglesia o en sus leyes - como argumento transversal, que recorre toda la Exhortación de principio a fin.
Si prestamos atención a lo que ocurre actualmente en nuestras familias, enseguida nos daremos cuenta y comprenderemos que la familia es una de las instituciones que está experimentado cambios continuos, rápidos y profundos.
Nada más ver, como en una misma familia, los abuelos no comprenden las nuevas costumbres de los hijos y, menos aún, las de los nietos. Pero aún más, el cambio de nuestros hijos a nosotros, ha sido y es mucho mayor que el nuestro, con respecto a nuestros padres.
Como dice la misma Exhortación «La elección del matrimonio civil o, en otros casos, de la simple convivencia, frecuentemente no está motivada por prejuicios o resistencias a la unión sacramental, sino por situaciones culturales o contingentes» (294).
Estas nuevas situaciones culturales, sin duda alguna, determinan una nueva formar de vivir que a su vez determina una nueva forma de pensar, y a la vez, esa nueva forma de pensar, va determinando una nueva forma de vivir.
Así, hemos pasado de la familia tradicional que era, sobre todo, el matrimonio que se contraía sobre una unidad económica y no sobre la base de un amor sexual; a uniones basadas en las relaciones sexuales y amorosas, en relaciones padres-hijos por circunstancias de la rotura familiar y en relaciones de amistad y de convivencia.
De ahí, que el centro de la institución familiar se ha desplazado, de la familia como "unidad económica", a lo que acertadamente se ha denominado la "relación pura" de la familia (Anthony Giddens). Considerándose el concepto de "relación pura" como: "La relación que se basa en la comunicación, la escucha, el discernimiento y que permite entender el punto de vista y el actuar de la otra persona como parte esencial en su vida personal y familiar".
Desde este punto de vista, no hay que esforzarse mucho para advertir que el Papa, siendo fiel a la tradición de la Iglesia, ha dado en el clavo de lo que está ocurriendo en la institución familiar. Y como no, en el clavo también de la solución a estos estados de situaciones que vivimos a nivel de las relaciones familiares.
La solución de los problemas de la familia no va a estar en afirmar verdades teológicas rotundas, como hemos hecho en tiempos pasado y presente. Ni vendrá por el sometimiento a normas eclesiales rígidas. En nada de eso está el problema. Y, por tanto, en nada de eso estará la solución.
El papa Francisco, sin duda alguna, ha captado los "signos de los tiempos" mucho mejor de los que se empeñan en decir que todo sigue igual, después de la Exhortación apostólica Amoris laetitia. El Papa nos exhorta a recuperar la estabilidad de la familia, su equilibrio y su razón de ser, en la medida en que pongamos el amor, el entender, el discernir y el punto de vista de la otra persona como el centro de la institución familiar y de sus nuevas realidades.
Por ello, en torno al gran tema del amor, hay dos grandes preocupaciones del Papa con respecto al matrimonio y la familia, que atraviesan toda la exhortación apostólica como muy bien resume el escritor José Antula en un estudio detallado de la Amoris laetitiae titulado "La verdadera novedad de Amoris laetitiae":
1) Desarrollar una "pedagogía del amor", que oriente a los jóvenes hacia el matrimonio.
La Exhortación destaca la necesidad de "presentar las razones y las motivaciones para optar por el matrimonio y la familia" (35), de "ayudar a los jóvenes a descubrir el valor y la riqueza del matrimonio" (205) y de "tocar las fibras más íntimas de los jóvenes, allí donde son más capaces de generosidad, de compromiso, de amor e incluso de heroísmo, para invitarles a aceptar con entusiasmo y valentía el desafío del matrimonio" (40). Pero concreta esta propuesta como "una pedagogía del amor que no puede ignorar la sensibilidad actual de los jóvenes, en orden a movilizarlos interiormente" (211).
2) Estimular el crecimiento del amor de los esposos.
Este segundo eje está mucho más acentuado que el primero. El Papa remarca que "hoy, más importante que una pastoral de los fracasos es el esfuerzo pastoral para consolidar los matrimonios y así prevenir las rupturas" (307). Y pregunta con dolor: "¿quiénes se ocupan hoy de fortalecer los matrimonios?" (52). Constantemente  el Papa Francisco habla con gran realismo sobre los matrimonios "reales", con todos sus límites, dificultades, imperfecciones, luchas y duros desafíos. Muestra con crudeza que necesitan ayuda, sin dejar de agradecer que "muchas familias, que están lejos de considerarse perfectas, viven en el amor, realizan su vocación y siguen adelante, aunque muchas veces caigan a lo largo del camino" (57).
Pero el asunto es que "el amor matrimonial no se cuida ante todo hablando de la indisolubilidad como una obligación, o repitiendo una doctrina, sino afianzándolo gracias a un crecimiento constante bajo el impulso de la gracia y del amor" (134). Nunca "podremos alentar un camino de fidelidad y de entrega recíproca si no estimulamos el crecimiento, la consolidación y la profundización del amor conyugal y familiar" (89).
Siguiendo el esquema que propone San Pablo a los Corintios (I Co 13.4-7), el Papa Francisco, repasa las claves para cuidar bien del matrimonio, que es la base imprescindible para cuidar de la familia (puntos 90 al 117):
1.- Paciencia. “Tener paciencia no es dejar que nos maltraten continuamente, o tolerar agresiones físicas, o permitir que nos traten como objetos. El problema es cuando exigimos que las relaciones sean celestiales o que las personas sean perfectas, o cuando nos colocamos en el centro y esperamos que sólo se cumpla la propia voluntad. Entonces todo nos impacienta, todo nos lleva a reaccionar con agresividad (…) El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte de este mundo, también cuando actúa de un modo diferente al que yo desearía”.
2.-  Actitud de servicio. “La paciencia nombrada en primer lugar no es una postura totalmente pasiva, sino que está acompañada por una actividad, por una reacción dinámica y creativa ante los demás. Indica que el amor beneficia y promueve a los demás. Por eso se traduce como servicial”.
3.-  Sanando la envida. “El verdadero amor valora los logros ajenos, no los siente como una amenaza, y se libera del sabor amargo de la envidia. Acepta que cada uno tiene dones diferentes y distintos caminos en la vida”.
4.- Sin hacer alarde ni agrandarse. “Quien ama, no sólo evita hablar demasiado de sí mismo, sino que además, porque está centrado en los demás, sabe ubicarse en su lugar sin pretender ser el centro”.
5.- Desprendimiento. “Hay que evitar darle prioridad al amor a sí mismo como si fuera más noble que el don de sí a los demás (…) El amor puede ir más allá de la justicia y desbordarse gratis, sin esperar nada a cambio.
6.- Sin violencia interior. Es decir, sin “una reacción interior de indignación provocada por algo externo. Se trata de una violencia interna, de una irritación no manifiesta que nos coloca a la defensiva ante los otros, como si fueran enemigos molestos que hay que evitar. Alimentar esa agresividad íntima no sirve para nada. Solo nos enferma y termina aislándonos. La indignación es sana cuando nos lleva a reaccionar ante una grave injusticia, pero es dañina cuando tiende a impregnar todas nuestras actitudes ante los otros”.
7.-   Perdón. “Si permitimos que un mal sentimiento penetre en nuestras entrañas, dejamos lugar a ese rencor que se añeja en el corazón (…) La tendencia suele ser la de buscar más y más culpas, la de imaginar más y más maldad, la de suponer todo tipo de malas intenciones, y así el rencor va creciendo y se arraiga. De ese modo, cualquier error o caída del cónyuge puede dañar el vínculo amoroso y la estabilidad familiar. El problema es que a veces se le da a todo la misma gravedad, con el riesgo de volverse crueles ante cualquier error ajeno. La justa reivindicación de los propios derechos se convierte en una persistente y constante sed de venganza más que en una sana defensa de la propia dignidad”.
8.-    Disculpar todo. “Los esposos que se aman y se pertenecen, hablan bien el uno del otro, intentan mostrar el lado bueno del cónyuge más allá de sus debilidades y errores. En todo caso, guardan silencio para no dañar su imagen (…) No es la ingenuidad de quien pretende no ver las dificultades y los puntos débiles del otro, sino la amplitud de miras de quien coloca esas debilidades y errores en su contexto”.
9.-   Confía. “La confianza hace posible una relación de libertad. No es necesario controlar al otro, seguir minuciosamente sus pasos, para evitar que escape de nuestros brazos. Esa libertad (…) permite que la relación se enriquezca y no se convierta en un círculo cerrado y sin horizontes. (…) Al mismo tiempo, hace posible la sinceridad y la transparencia, porque cuando uno sabe que los demás confían en él y valoran la bondad básica de su ser, entonces sí se muestra tal cual es, sin ocultamientos”.
10.-   Espera. “Siempre espera que sea posible una maduración, un sorpresivo brote de belleza, que las potencialidades más ocultas de su ser germinen algún día. No significa que todo vaya a cambiar en esta vida. Implica aceptar que algunas cosas no sucedan como uno desea, sino que quizás Dios escriba derecho con las líneas torcidas de una persona y saque algún bien de los males que ella no logre superar en esta tierra”.
Francisco insiste a diestra y siniestra que "todo esto se realiza en un camino de permanente crecimiento. Esta forma tan particular de amor que es el matrimonio, está llamada a una constante maduración" (134). Nos recuerda que "el amor que no crece comienza a correr riesgos, y sólo podemos crecer respondiendo a la gracia divina con más actos de amor, con actos de cariño más frecuentes, más intensos, más generosos, más tiernos, más alegres" (134).
En ese camino del amor no se excluyen la sexualidad y el erotismo, ya que "Dios mismo creó la sexualidad, que es un regalo maravilloso" (150) y la dimensión erótica del amor es "don de Dios que embellece el encuentro de los esposos" (152). Francisco asombra a muchos al decir que la unión sexual es "camino de crecimiento en la vida de la gracia para los esposos" (74). Por lo tanto, la educación y maduración de la sexualidad conyugal "no es la negación o destrucción del deseo sino su dilatación y su perfeccionamiento" (149).
Invitando a los esposos a hacer renacer el amor en cada nueva etapa, les insiste que "de ningún modo hay que resignarse a una curva descendente, a un deterioro inevitable, a una soportable mediocridad" (232). El amor conyugal tiene que "renacer, reinventarse y empezar de nuevo hasta la muerte" (124).
Pero, así y todo, muchas veces esa unidad matrimonial no llega a su puerto final; si no que en su trayectoria se encuentra con un iceberg que roza y rompe el casco de la nave, produciéndose su hundimiento y creándose nuevas formas de salvamento personales y generales.

Por eso, una comunidad basada en la «amistad cristiana» enriquecería y trasformaría hoy más que nunca nuestras comunidades y trasformaría más que nunca a la Iglesia de Jesús. De aquí, que el camino emprendido por el Papa Francisco, con sus gestos de cercanía, servicio, entrega, preferencia por los necesitados, de escucha, de comprensión y misericordia, puede ser un nuevo revulsivo a esa Iglesia que parece que se va diluyendo entre nosotros.


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