Este domingo clausuramos el año de Jubilar de la MISERICORDIA que comenzábamos en la festividad de la Inmaculada del año pasado (8 de Diciembre 2015), de acuerdo con lo que nos pedía el Papa Francisco que dijo la "Iglesia necesita este momento extraordinario” y que se trata de una ocasión única para "experimentar en nuestra vida el perdón de Dios”.
También señaló que la
misericordia es una necesidad imperiosa en las instituciones, en la Iglesia en
primer lugar. Esta debe convertirse en la "ciudad puesta en la cima de
una montaña que no puede permanecer escondida”. Debe resplandecer por su
misericordia.
¿Qué significaba este Año
Santo? Celebrar un Jubileo de la Misericordia significaba poner en el centro de
nuestra vida personal y de nuestras comunidades el contenido esencial del
Evangelio: Jesucristo. Él es la Misericordia hecha carne, que hace visible para
nosotros el gran Amor de Dios.
Se trataba pues de una
ocasión única para experimentar en nuestra vida el perdón de Dios, su presencia
y su cercanía, especialmente en los momentos de mayor necesidad. Además,
significa aprender que el perdón y la misericordia son lo que más desea Dios, y
lo que más necesita el mundo, sobre todo en un momento como el actual en el que
se perdona tan poco, en la sociedad, en las instituciones, en el trabajo y
también en la familia.
Pero, frente a tantas
necesidades en el mundo, ¿es suficiente con contemplar la misericordia de Dios?
Ciertamente, hay mucho que hacer. Pero, hay que tener en cuenta que la raíz de
la falta de misericordia está en el amor propio, que se reviste bajo el manto
de la búsqueda del propio interés, de los placeres, los honores y las riquezas.
También en la vida de los cristianos está presente bajo el aspecto de la
hipocresía y la mundanidad. Por eso todos, necesitamos reconocer que somos
pecadores, para que se fortalezca en nosotros la certeza de la misericordia de
Dios.
Por eso, transcurrido este
año lo primero que deberíamos tener claro, es una cosa. Y es que, una cosa es
“lo que” se cree; y otra cosa es “en quién” se cree. Y aunque a simple vista
parece lo mismo, pues no es lo mismo. “Lo que” se cree: se refiere a verdades,
dogmas, normas, mandamientos, ritos, ceremonias… Es, por tanto, un acto
intelectual esencialmente. “En quién” se cree: se refiere a personas. Que
quiere decir esto, que tener fe en alguien, es fiarse de esa persona, es decir,
confiar, ser fiel (tener fidelidad). Claro aquí la fe, ya no es esencialmente
un acto intelectual, sino una experiencia, que nos lleva a tener confianza, a
fiarnos y ser fiel.
Quiero decir con todo esto
que no es lo mismo relacionarse con “verdades”, que relacionarse con
“personas”. A las verdades se las acepta con la cabeza y la razón. A las
personas se las acepta con el corazón y la vida.
Llevado este razonamiento a
nuestra fe cristiana, debemos de deducir, que antes que la fidelidad a la
“verdades” que enseñó Jesús, está la fidelidad a la vida que llevó Jesús. Es
decir, que nuestra fidelidad, nuestra fe, no nos debe de llevar sólo a lo que
dijo Jesús, sino, antes que eso, a la persona misma de Jesús.
Por todo esto se comprende
que, en los evangelios, la fe se entiende como confianza en Jesús y como
fidelidad hacia Jesús. Pero no sólo del Jesús Resucitado, si no que antes de
nada, del Jesús, que recorrió los caminos y las aldeas de Galilea, y murió
crucificado en Jerusalén. Es decir, que la fe cristiana no puede prescindir de
la vida y de la historia de Jesús.
Así nos los demuestran y,
nos lo resuelven los estudios teológicos. Estos estudios, nos plantean
que el problema que ha presentado la propagación de la fe cristiana, es que esa
fe cristiana fue explicada, primero, por san Pablo (entre los años 50 al 55). Y
mucho más tarde (entre los años 70 al 80) fue explicada por los evangelios. Y
aquí, lógicamente empezó el dilema, ya que Pablo, no conoció al Jesús terreno.
Pablo sólo conoció al Cristo Resucitado. Y, por consiguiente, explicó la fe, no
como una experiencia que se refiere a algo que se vive en esta vida, sino como
una experiencia que se refiere a verdades que trascienden de este mundo y
tienen su centro en el otro mundo. Por eso, cuando Jesús les decía a los
enfermos: "Tu fe te ha salvado", se refería obviamente a que la
confianza y la fidelidad, que aquellas pobres gentes ponían a Jesús, las liberaba
de sufrimientos, penas y otras desgracias de esta vida. Mientras que, cuando
Pablo dice "estamos salvados por la fe", se refiere a la salvación
sobrenatural y eterna, algo que trasciende este mundo. Pero además, la
cuestión, se complica cuando caemos en la cuenta, de que Pablo presenta la fe
como fe en Cristo crucificado, que sufrió y murió por nuestros pecados, y que
así, con su pasión y su muerte, se constituyó en "sacrificio" de
"expiación", que aplacó la ira de Dios contra los pecadores. Hasta el
punto de que Pablo llega a decir que Dios "no perdonó ni a su propio Hijo,
sino que lo entregó por todos nosotros" (Rom 8, 32). (JM Castillo).
A nada más que realicemos un
reposado estudio de lo expuesto anteriormente, podemos concluir que, la fe que
resulta de todo esto, es una fe que:
1.- Consiste en aceptar
verdades que no podemos conocer porque no están a nuestro alcance.
2.- Consiste en
aceptar a un Dios que necesita el sufrimiento y la muerte de su propio Hijo,
para perdonar a los que le ofenden.
3.- Consiste, por tanto, en
creer lo que no podemos comprobar, ni demostrar, creer algo increíble, absurdo,
que parece, más una patología mental, que una virtud o excelencia que merezca
recompensa alguna.
Por todo esto, resulta
evidente que, para comprender la fe cristiana, tenemos que empezar por la fe de
Jesús y la fe en Jesús. Ya que de esta manera, es la única de que podamos
conocer al Dios de Jesús, y por lo tanto comprender a Dios.
Jesús llama también al
realismo. Estamos viviendo un cambio sociocultural sin precedentes. ¿Es posible
contagiar la fe en este mundo nuevo que está naciendo, sin conocerlo bien y sin
comprenderlo desde dentro? ¿Es posible facilitar el acceso al Evangelio
ignorando el pensamiento, los sentimientos y el lenguaje de los hombres y mujeres
de nuestro tiempo? ¿No es un error responder a los retos de hoy con estrategias
de ayer?
Transcurrido este año
jubilar de la Misericordia ¿Cuándo nos vamos a sentar para aunar fuerzas,
reflexionar juntos y buscar entre todos el camino que hemos de seguir? ¿No
necesitamos dedicar más tiempo, más escucha del evangelio y más meditación para
descubrir llamadas, despertar carismas y cultivar un estilo renovado de
seguimiento a Jesús?
Sería una temeridad en estos
momentos actuar de manera inconsciente y ciega. Nos expondríamos al fracaso, la
frustración y hasta el ridículo. Según la parábola, la "torre
inacabada" no hace sino provocar las burlas de la gente hacia su constructor.
No hemos de olvidar el lenguaje realista y humilde de Jesús que invita a sus
discípulos a ser "fermento" en medio del pueblo o puñado de
"sal" que pone sabor nuevo a la vida de las gentes.
Desde este año que hemos dedicado
a la MISERICORDÍA y desde el compromiso que nació en Jesús de crear la gran familia
del Reino de Dios, VIVAMOS EN LA MISERICORDÍA, sin olvidar que para VIVIR EN LA
MISERICORDÍA, DEBEMOS PRIMERO ACOGER EN LA MISERICORDÍA.
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