Un año de sorpresas continuas
a cargo de un Papa sencillo y cariñoso ha hecho mucho bien. La
mayoría de los católicos están orgullosos de un Papa que desborda humanidad.
Entre los judíos crece el entusiasmo. Según el rabino jefe de Roma,
Riccardo Di Segni, «ahora vienen tantos judíos a conocer al Papa Francisco que
deberíamos abrir una sinagoga en el Vaticano».
A los protestantes,
musulmanes e incluso ateos les gusta un Papa que logra comunicar, mediante
gestos claros y un lenguaje sencillo, con el ciudadano de a pie.
Muchos ciudadanos lo ven como un ejemplo para sus propios gobernantes.
Al cabo de un año, las
fotografías «inolvidables» del Papa Francisco podrían llenar libros
enteros. Si una imagen vale más que mil palabras, su ejemplo personal
y su estilo refrescante valen más que mil encíclicas.
Pero él mismo advierte que
la «Franciscomanía» no va a durar. El primer Papa venido de América ha
traído muchos cambios en la música, pero no piensa hacerlos en la letra.
Algunos inflan desmesuradamente las expectativas de cambio inmediato en los
temas de comunión a los divorciados, papel de la mujer, etc. por mera
superficialidad. Otros por mala intención, sabiendo que inflan un globo
destinado a reventar.
El pasado 13 de marzo, tras
el primer momento de sorpresa, casi todo el mundo pensó que la «luna
de miel» duraría tres meses. Ha superado el año. Y resulta claro que la
«revolución» del Papa Francisco está solo en sus primeros pasos.
El cambio de estilo es
universalmente conocido y aplaudido. Menos visible al gran público es
el comienzo del cambio de actitud de la burocracia del Vaticano y de los
obispos de todo el mundo. Francisco ha dicho que no quiere «obispos
príncipes», ni «obispos de aeropuerto», sino personas que sepan escuchar
«de corazón a corazón» a todos: a los católicos que practican, a los alejados,
y a quienes ni siquiera son cristianos.
El cambio de actitud se nota
ya en muchos de los fieles de a pie, más comprensivos respecto a los problemas
de sus amigos, más dispuestos a ayudar a quien lo necesita, y más
convencidos de que el Evangelio se enseña con el ejemplo y la sonrisa.
El mensaje de la exhortación
apostólica programática «La alegría del Evangelio» se está abriendo paso de un modo
silencioso pero eficaz. El segundo año de pontificado puede ser igual
de apasionante.
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