Desde hoy domingo 16 hasta
el próximo día 19 de marzo, festividad de San José, se celebra el Día del
Seminario, este año bajo el lema: “LA ALEGRÍA DE ANUNCIAR EL EVANGELIO”.
Se trata de una
jornada anual, en la que se nos invita a toda la comunidad eclesial a
tomar conciencia de la necesidad de pedir al Señor, promover y amparar las
vocaciones sacerdotales con la oración, la invitación a los jóvenes para que se
animen a plantearse la vocación sacerdotal como una opción válida.
Es frecuente escuchar voces de
gran preocupación en la jerarquía eclesial y en ciertos sectores laicales; ante
la tendencia a la baja en el número de vocaciones sacerdotales y religiosas en
los últimos años. Tanto es así que se ha calificado por ciertos cargos
eclesiales como una situación de “otoño vocacional". Situación que se
viene achacando a la creciente
secularización, al descenso demográfico, al descubrimiento de pecados por parte
de sacerdotes y a la crisis moral.
Es verdad, que todo esto ha
influido y está influyendo en la Iglesia. Y es lógico, pues no debemos de
olvidar que es la Iglesia la que está en el Mundo y no el Mundo en la Iglesia.
Pero, lo que yo creo, que verdaderamente ha influenciado la gran crisis de la
Iglesia, no es la falta de sacerdotes, sino
el abandono en la Iglesia del proyecto de Jesús. La Iglesia es un organismo
vivo que ha de estar en continuo y permanente nacimiento, naciendo de
Cristo en cada tiempo.
Y, así lo podemos ver y reconocer,
en este año de pontificado del Papa Francisco. El Papa, con su estilo de vida y
gestos nos insiste en la necesidad de «definir de nuevo tanto la vocación de la
Iglesia como su relación con la modernidad». Afirma que la «religiosidad tiene
que regenerarse de nuevo en el contexto de la sociedad moderna para
encontrar nuevas formas de expresión y comprensión». Insiste en que «hay que
preguntarse siempre qué cosas, aunque hayan sido consideradas como
esencialmente cristianas, eran en realidad sólo expresión de una época. Debemos
regresar una y otra vez al Evangelio, a la alegría del Evangelio y a las
palabras de la fe para ver qué es realmente lo esencial y qué se ha de
modificar legítimamente con el cambio de los tiempos».
En definitiva, no se trata
de modernizarse, sino de actualizarse. Por eso, estos días deberíamos dedicarlo
a renovar el concepto primero de vocación y en segundo lugar dejarnos iluminar
por el Espíritu Santo, para encontrar los caminos propios de los ministerios en
la Iglesia de hoy.
En la actualidad, la
vocación se entiende como la llamada de Dios, para atender a una comunidad de
cristianos. Mientras que, durante los primeros mil años de la vida de la
Iglesia, la vocación se entendía como la llamada de la comunidad, que elegía de
entre sus miembros al que consideraba más idóneo para educar en la fe a un
grupo de cristianos. Esta manera de entender la vocación estaba tan clara entre los
cristianos, que la condición indispensable, para que el obispo admitiera a un
candidato a la ordenación para ejercer el ministerio, era no que el sujeto
se ofreciera diciendo que Dios le llamaba, sino que se resistiera a ser
ordenado, porque se consideraba indigno y sin cualidades para un servicio tan
exigente.
En definitiva, en la Iglesia
faltan sacerdotes porque las autoridades de la Iglesia han puesto unas
condiciones que no permiten otra cosa. En la Iglesia no tienen por qué faltar
sacerdotes, cuando seamos conscientes de que tenemos la gran misión de anunciar
la alegría del Evangelio.
Por eso, esta jornada nos
debe de ayudar a ver todas las vocaciones ministeriales existentes, y a las que
van surgiendo en nuestras Iglesias, como el diaconado permanente,
delegados de liturgias, (que Roma ha denominado a este tipo de oficio
«celebración en domingo en ausencia o en espera de presbítero»). Sin olvidar
que estas mismas órdenes ministeriales, deben estar abiertas a las mujeres. No
debemos de olvidar que nuestros ministerios, cambiaron en unas circunstancias
sociales, pues los apóstoles estaban casados, y los papas también tuvieron
casados.
Debemos aprovechar esta
jornada también, para dejarnos iluminar por el Espíritu Santo, y abrir nuestra
mente y nuestro corazón a él y, hacer una lectura más profética de nuestro
horizonte y preguntarnos:
- ¿ Qué caminos está
tratando de abrir hoy Dios para encontrarse con sus hijos e hijas en esta
sociedad ?.
- ¿ Qué llamadas está
haciendo Dios a la Iglesia de hoy para transformar nuestra manera tradicional
de pensar, vivir, celebrar y comunicar la fe, de modo que propiciemos su acción
en la sociedad moderna ?.
Por eso, nuestra tarea no es
ser fieles a una figura de Iglesia y un estilo de cristianismo desarrollados en
otros tiempos y para otra cultura. Lo que nos ha de preocupar es hacer posible
hoy el nacimiento humilde de una Iglesia, capaz de actualizar en la sociedad
moderna el espíritu y el proyecto de Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario