El evangelio del próximo
domingo nos recuerda que los seguidores de Jesús deben ser la sal y la luz del mundo. ¿Por qué hoy
nuestras comunidades no son esa sal y esa luz en el mundo? ¿Es posible que
ignoremos la dimensión profética de Jesús?¿Es posible que ignoremos la
dimensión profética de los miembros de la comunidad?
A pesar de que Jesús, reconocía
de que nadie es profeta en su tierra. Jesús es y actúa como profeta. No es un
sacerdote del templo ni un maestro de la ley. Su autoridad proviene de Dios,
empeñado en alentar y guiar con su Espíritu a su pueblo querido cuando los
dirigentes políticos y religiosos no saben hacerlo.
Los rasgos del profeta son
inconfundibles. En medio de una sociedad injusta donde los poderosos buscan su
bienestar silenciando el sufrimiento de los que lloran, el
profeta se atreve a leer y a vivir la realidad desde la compasión de Dios por
los últimos. Su vida entera se convierte en “presencia alternativa” que critica
las injusticias y llama a la conversión y el cambio.
Por otra parte, cuando la
misma religión se acomoda a un orden de cosas injusto y sus
intereses ya no responden a los de Dios, el profeta sacude la indiferencia y el
autoengaño, critica la ilusión de eternidad y absoluto que amenaza a toda
religión y recuerda a todos que sólo Dios salva. Su presencia introduce una
esperanza nueva pues invita a pensar el futuro desde la libertad y el amor de
Dios.
Una Iglesia que ignora la dimensión profética
de Jesús y de sus seguidores, corre el riesgo de quedarse sin profetas.
Nos preocupa mucho la escasez de sacerdotes y pedimos vocaciones para el
servicio presbiteral. ¿Por qué no pedimos que Dios suscite profetas? ¿No los
necesitamos? ¿No sentimos necesidad de suscitar el espíritu profético en nuestras
comunidades?.
Una Iglesia sin profetas,
¿no corre el riesgo de caminar sorda a las llamadas de Dios a la conversión y
el cambio? Un cristianismo sin espíritu profético, ¿ no tiene el peligro de
quedar controlado por el orden, la tradición o el miedo a la novedad de Dios?.
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