viernes, 26 de septiembre de 2014

ANTE EL ABORTO.

Llevamos años con la disputa del aborto, marcada por una tendencia a favor y otra en contra. Yo, lógicamente no me siento preparado para aportar nada más que mi escasa opinión: “Soy antiabortista. Pienso que el aborto es matar una vida humana. Pero pienso también, que la fe debe dialogar con la ciencia y la sociedad. Otra cosa es que el Parlamento no pueda ni discutir el problema del aborto, que es un tema enormemente debatido, sobre el que existen posturas muy contrarias. De ahí que el legislador, en una sociedad pluralista, tiene el derecho y el deber de analizar el problema y buscar la mejor solución”.

Ahora bien, lo que si me preocupa, es la indiferencia que la sociedad va adquiriendo ante el tema del aborto, al igual que todos los demás temas sociales, religiosos y políticos que estamos viviendo.  Me explico, la primera vez que vemos o escuchamos una cosa podemos sorprendernos o escandalizarnos, pero después de mil veces forma parte ya de nuestro mundo cotidiano, que ya no llama la atención. Deja de inquietarnos, y por lo tanto, desaparece cualquier aspecto problemático, consiguiéndose lo que interesa hoy una sociedad que no piense ni se plantee nada. Prueba de ello, es la crisis económica, llevamos ocho años escuchando que si la prima de riesgo, que si los brotes verdes, los bancos, la bolsa, el desempleo y los desahucios que hasta nos hemos convencido de que tenemos que vivir como vivíamos hace 15 años y nos conformamos. Pues lo mismo esta, pasando con las leyes que regulan el aborto, que si pongo, que si quito y que si dejo de poner.

Por eso, como la verdad no la posee nadie, sí creo que como creyentes católicos del siglo XXI, tenemos la obligación de formarnos para tener criterios propios según nuestra fe y poder ser testigos de la esperanza que hemos recibido y no de la desesperanza.

Os dejo aquí un artículo titulado “El aborto: por un consenso ético-científico” del teólogo y sacerdote clarentiano Benjamin Forcano, que nos puede ayudar a ir madurando en nuestros criterios católicos.

¿Cuál es, pues, la verdad real del aborto?

Muchos estamos convencidos de que, en este punto, puede haber un acuerdo racional, científico y ético político, porque la base de que disponemos para entrar en esa "realidad" es común a todos. Se trata de un problema humano, del que no se ocupa la Biblia y al que hoy podemos acercamos por la puerta de la ciencia, de la filosofía y de la ética.

Todos apostamos por la vida, ¿pero cuándo esa vida comienza a ser un individuo?

"Todo individuo tiene derecho a la vida", proclama la Declaración universal de los Derechos Humanos (Art. 3). Y todo individuo tiene el deber de respetar ese derecho. Y, sobre este derecho-deber, reposa la posibilidad, el hecho y el futuro de la convivencia humana.

Sin embargo, no goza al parecer de esta evidencia lo que constituye el proceso embrionario del prenacido: ¿se puede afirmar con seguridad que ese proceso es desde el inicio un individuo humano?

Nos movemos sobre una duda, que nadie puede atreverse a despejar a priori diciendo que el embrión es individuo o no lo es; el embrión anuncia la presencia de algo que desborda el contorno y naturaleza de la vida misma de la madre.

La cuestión se plantea simple y agudamente porque si no se paraliza el proceso, éste acabaría con un hijo que no se pensó o no se desea y puede representar ciertos inconvenientes o complicaciones. Es entonces cuando, frente a ese límite, surge la pregunta: ¿puede la mujer impedir el proceso del embrión por determinados motivos o dentro de un plazo determinado?

Es cierto que los motivos para impedirlo no van a convencer si se supone que el embrión es un individuo, y la solución de los plazos tampoco si se lo da como existente desde el principio.

Resulta, por tanto, crucial averiguar si el proceso del embrión, variante en su desarrollo, admite establecer dentro de él un antes en que no es individuo y un después en que lo es.

El estatuto epistemológico del embrión.

Se trata simplemente de saber cuándo, en el desarrollo evolutivo del embrión, hay una vida humana.

La puerta que nos lleva a descubrir ese cuándo está abierta para todos, también para los que se profesan creyentes. La fe, del tipo que sea, no sirve aquí para resolver el problema del aborto.

"No está en el ámbito del Magisterio de la Iglesia el resolver el problema del momento preciso después del cual nos encontramos frente a un ser humano en el pleno sentido de la palabra" (Bernhard Haring, autor de la famosa "La ley de Cristo", célebre y acaso el más reconocido moralista en la Iglesia católica).

Por supuesto, también los católicos pueden pronunciarse sobre el tema, pero con los métodos propios de las ciencias humanas. El Nuevo Testamento no aborda este tema y sobre él la Iglesia no tiene autoridad para resolverla como si de una verdad de fe se tratara.

La Iglesia católica ha defendido siempre -y es de loar - la vida del prenacido. Pero, antes de llegar a las valoraciones, hay que señalar el contorno preciso de esa realidad. El concilio Vaticano II tuvo, respecto a este tema, unas palabras acertadas:

"La vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado" (GS, 51).

Texto fundamental para los católicos, pues fue puesto con toda deliberación para dejar bien claro que la Iglesia no tiene palabra o respuesta propia sobre el "cuándo" se da la concepción de una vida humana, por ser algo que pertenece a las ciencias humanas.

El concilio, al tratar el tema de la Cultura, reconoció la autonomía e inviolabilidad del saber humano, dejando superada la posición anterior de sostener que la Iglesia católica tiene autoridad para interpretar como nadie las verdades incluso de la ética natural.

La lección histórica debiera servir para distinguir entre lo que es la fe y lo que son los conceptos o representaciones que la misma Iglesia utiliza como vehículo para su conocimiento y explicación. Una cosa es la explicación cultural del momento y otra la verdad de la realidad, nunca formulada definitivamente.

Nadie hoy queda perturbado en su fe porque la tierra gire alrededor del sol (cosa que al científico Galileo no se le permitía afirmar en nombre de la fe), ni porque no acepte la visión de una cosmología antigua, o acepte la teoría de la evolución de las especies o niegue la interpretación literal de la Biblia hasta aceptar el método histórico-crítico o no haga profesión del juramento antimodernista tal como lo impuso en 1910 Pío X a todo profesor de seminario.

La verdad la vamos desvelando a través de los nuevos conocimientos que van surgiendo en la historia. El saber humano es evolutivo y no está en exclusiva en manos de la Iglesia católica.

Entonces, queda resuelta una primera dificultad: los católicos, al tratar del aborto, deben asumir como parte del anuncio evangélico las verdades científicamente avaladas, aun cuando luego puedan incrementar o reforzar la estima de la vida desde otras perspectivas o motivaciones.

La ciencia y la fe están "una y otra al servicio de la única verdad", "vuestros senderos son los nuestros" (Mensaje del concilio a los hombres del pensamiento y de la ciencia).

Cuando no hay convergencia en ese servicio es porque la ciencia es falsa o es falsa la fe. Los católicos han defendido -y siguen haciéndolo- con especial énfasis el derecho a la vida del prenacido, pero el énfasis se ha convertido en exceso al haberlo hecho "desde el primer instante de la fecundación", lo cual no deja de ser una teoría discutida y discutible, no un dogma.

De hecho, siempre existieron en la tradición cristiana teorías diferentes (teoría de la animación sucesiva defendida por Sto. Tomás y teoría de la animación simultánea, defendida por San Alberto Magno) sobre el momento de constitución de la vida humana. Aunque la teología postridentina, a la hora de resolver los problemas de la moral práctica, ha partido siempre de la animación inmediata.

¿Cuál es, pues, el estatuto epistemológico del aborto?.

Podríamos resumir las posiciones respecto a esta cuestión en dos:

· las teorías antiguas, las más clásicas, que afirman que el embrión es vida humana desde el principio, por la simple fusión de los gametos,
· y las teorías más modernas que afirman que el embrión no es propiamente individuo humano hasta después de algunas semanas.

1. Las primeras se apoyan en el hecho de que un embrión lo es por la clave genética de sus 46 cromosomas, específica y originaria del individuo humano, que contendría y caracterizaría toda su posterior evolución.
El desarrollo del embrión sería un proceso continuo, sin rupturas, pues estaría en él desde el comienzo toda la potencialidad de su desarrollo. El inicio, desarrollo y destino del embrión serían sus genes.

2. Las teorías modernas reconocen como factor determinante del embrión los genes, pero no bastarían ellos para constituir un individuo humano, es decir, una estructura clausurada, suficiente, que se convertiría en realidad sustantiva. Los genes por sí solos no son suficientes ni acaban constituyendo un individuo humano.
Se necesitan otros factores extragenéticos -las hormonas maternales, los externamente operativos- para que la realidad del embrión pueda activarse y completarse.
Sólo en torno a las ocho semanas esa realidad pasa a ser sujeto humano, con una sustantividad propia, capaz de regir y asegurar todo el desarrollo posterior.

Los genes no son una miniatura de persona. La biología molecular deja claro que, para el desarrollo y la ética del embrión, la información extragenética es tan importante como la información genética, que ella es también constitutiva de la sustantividad humana y que la constitución de esa sustantividad no se da antes de la organización (organogénesis) primaria e incluso secundaria del embrión, es decir, hasta la octava semana.
Quiere esto decir que, si la individualidad es nota irrenunciable de la sustantividad, el embrión antes de su constitución como sustantividad, pasa por una organización constituyente, pero no tiene sustantividad propia sino que es parte de la sustantividad de la madre y, por lo tanto, no es sujeto humano.

Queda claro de esta manera que quien siga esta teoría puede sostener razonablemente que la interrupción del embrión antes de la octava semana no puede ser considerada como atentado contra la vida humana, ni pueden considerarse abortivos aquellos métodos anticonceptivos que impiden el desarrollo embrionario antes de esa fecha. Esto es lo que, por lo menos, defienden no pocos científicos de primer orden (Grobstein, Alonso Bedate, J.M. Genis-Gálvez, etc).

Esta hipótesis, suficientemente demostrada permite, a quien se apoya en ella, defender como no atentatorias contra la vida y como respetuosas de la vida aquellas acciones que se producen en el proceso constituyente del embrión antes de constituirse en feto, es decir, en estructura clausurada.


La teoría expuesta modifica notablemente muchos puntos de vista y establece un punto de partida común para entendemos, para orientar la conciencia de los ciudadanos, para fijar el momento del derecho a la vida del prenacido y para legislar con un mínimo de inteligencia, consenso y obligatoriedad para todos.

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