Un
sacerdote de Onda (Castellón) ha sembrado la polémica tras haber celebrado el
pasado 30 de julio en la iglesia parroquial San Bartolomé «una bendición del amor entre dos mujeres»,
que se habían casado por lo civil el día anterior en el Ayuntamiento de la
localidad.
Lógicamente,
el Obispado de Segorbe-Castellón, emitió nada más enterarse, un comunicado
para censurar «la bendición de
la unión de dos personas del mismo sexo», porque «contradice gravemente la doctrina de la
Iglesia Católica no sólo pretender celebrar ante la Iglesia un matrimonio
entre personas del mismo sexo, sino también presidir la celebración de la
bendición de una unión civil previa entre personas del mismo sexo».
El
párroco de la iglesia, celebró en concreto el programa 'Bendición
del amor' a dos
mujeres de la localidad de Onda. El sacerdote defendió el acto por tratarse de
dos mujeres a las que «conocía desde hace mucho tiempo» y a las que tiene «un
gran cariño». A ese respecto, el párroco aseguró que con el evento quiso «celebrar
el amor que le tienen a Dios y el amor que existe entre ellas».
Por
su parte, el Obispado indicó que el sacerdote, reconoció su error de su actuación, que estuvo motivado, «por una aplicación errónea de
la misericordia al no haber distinguido la acogida y acompañamiento
pastoral de las personas».
Este
contexto, de una vida en pareja homosexual, sin duda alguna, no son realidades de
ahora, son realidades que han existido siempre y que han permanecido ocultas a
los ojos de todos; pero como todo lo oculto, tarde o temprano, ve la luz. Y,
por consiguiente, son realidades que nos interpelan y nos piden a nuestras comunidades
eclesiales, nuestra escucha, nuestra voz y, posiblemente, nuestra apertura a
esas realidades, con el fin de poder ayudar a construir y restaurar esas nuevas
realidades conyugales y familiares, desde la luz del Evangelio y la comunión de
la Iglesia.
De
aquí, que dentro de este año jubilar dedicado a la Misericordia, el Papa
Francisco nos haya ayudado a discernir sobre esas realidades tan cercanas a
nosotros, desde el regalo de la exhortación apostólica Amoris laetitia (La alegría
del amor), un texto que recoge las conclusiones de la reflexión de la Iglesia
sobre la vida en familia.
En
este documento se habla de matrimonio y de hijos, de crisis, de educación,
pero sobre todo, de alegría en el amor y desde el amor. Esto es lo
verdaderamente llamativo de la Amoris
laetitia, la insistencia del papa en el tema del amor mutuo, "amor de amistad" que iguala y une - y no en la doctrina de la Iglesia o en sus
leyes - como argumento transversal, que recorre toda la Exhortación de
principio a fin.
Por
eso, el capítulo VIII de Amoris laetitiae, está dedicado a quienes viven en
situaciones irregulares; y por lo tanto, se detiene a proponerles el camino del
amor misericordioso con los demás, la "via caritatis". Porque
"la caridad fraterna es la primera ley de los cristianos" (306) y
"el amor cubre multitud de pecados" (1 Pe 4, 8). Allí recuerda que
"siempre se debe poner especial cuidado en destacar y alentar los valores
más altos y centrales del Evangelio, particularmente el primado de la caridad
como respuesta a la iniciativa gratuita del amor de Dios" (311). Como
vemos, toda la exhortación es una propuesta de amor.
Con
respecto a las situaciones "irregulares", el Papa recuerda que el
camino de la Iglesia "es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia
y de la integración... es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la
misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero...
Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita.
Entonces hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de
las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas
viven y sufren a causa de su condición" (296).
Ante
estos argumentos, lógicamente, cuesta trabajo defender el comunicado del
Obispado de Segorbe-Castellón, que censurar
«la bendición de la unión de dos personas del mismo sexo», porque
«contradice gravemente la doctrina de la
Iglesia Católica no sólo pretender celebrar ante la Iglesia un matrimonio
entre personas del mismo sexo, sino también presidir la celebración de la
bendición de una unión civil previa entre personas del mismo sexo».
Si
nos atenemos a la doctrina de la Iglesia Católica, expresada en su Catecismo,
concretamente en sus puntos 369-373 podemos deducir que Dios creó al hombre y a
la mujer. Los creo de la misma carne, los creo iguales en todas las
condiciones. Y esta igualdad debe permanecer por siempre y no debe de ser
destruida, negada, despreciada por ningún hombre o mujer. Es más en su punto
2.358 se afirma que «toda persona, independientemente de su tendencia sexual,
ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respecto, procurando evitar
todo signo de discriminación injusta, y particularmente cualquier forma de
agresión y violencia». Ante esta enseñanza,
¿cómo debemos de reaccionar ante el planteamiento de una unión
homosexual dentro del marco de la Iglesia Católica?
No
trato de poner en discusión la visión cristiana del matrimonio, lo que intento
es pensar: ¿qué actitud debemos de adoptar ante tantos hombres y mujeres,
muchas veces amigos y familiares nuestros, que han roto su unión matrimonial y
viven en la actualidad otra unión, que no está bien considerada por la Iglesia?
¿Quién somos nosotros para juzgar si esa unión entre dos parejas del mismo
sexo, no es una unión de Dios? Y, si es una unión de Dios, ¿Quién somos los
hombres para separarla?
Sin
duda alguna, estamos obligados todos los miembros de la comunidad eclesial a recuperar la estabilidad, el equilibrio y
la razón de ser; de discernimiento en la
comunidad eclesial, sobre todo a recuperarlo desde el amor, el entender y el
discernir.
Así,
hemos pasado de un matrimonio tradicional que era, sobre todo, el matrimonio
que se contraía sobre una unidad económica y no sobre la base de un amor
sexual; a uniones basadas en las relaciones sexuales y amorosas. De ahí, que el
centro de ese matrimonio se ha desplazado, de la "unidad económica",
a lo que acertadamente se ha denominado la "relación
pura" del matrimonio. Considerándose el concepto de "relación
pura" (Anthony Giddens) como: "La
relación que se basa en la comunicación, la escucha, el discernimiento y que
permite entender el punto de vista y el actuar de la otra persona como parte esencial
en su vida personal y familiar".
Desde
este punto de vista, no hay que esforzarse mucho para advertir que el Papa,
siendo fiel a la tradición de la Iglesia, ha dado en el clavo de lo que está
ocurriendo en nuestra sociedad. Y como no, en el clavo también de la solución a
estos estados de situaciones que vivimos a nivel de las relaciones afectivas.
La solución
de los problemas no va a estar en afirmarnos en las verdades teológicas rotundas,
como hemos hecho en tiempos pasado y presente. Ni tampoco vendrá por el
sometimiento a normas eclesiales rígidas. En nada de eso está el problema. Y,
por tanto, en nada de eso estará la solución.
El
papa Francisco, sin duda alguna, ha captado los "signos de los
tiempos" mucho mejor de los que se empeñan en decir que todo sigue
exactamente igual en el pensamiento de la Iglesia, después de la Exhortación
apostólica Amoris laetitia.
El
Papa nos exhorta a recuperar la estabilidad
del matrimonio, de la familia, su equilibrio y su razón de ser, en la medida en
que pongamos el amor, el entender, el discernir y el punto de vista de la otra
persona como el centro de la institución familiar y de sus nuevas realidades.
Estamos
llamados a abrirnos a las nuevas realidades conyugales y familiares, a las
nuevas necesidades del mundo, de nuestros hermanos y a establecer la alegría
del amor en esos nuevos contextos, a través de la comunicación, la escucha, la
entrega, el perdón y el discernimiento con nuestros hermanos, de manera que se permita
el entendimiento, la comprensión y la vida fraterna a la luz del Evangelio.
Por
eso, la religión y la Iglesia, tendrán futuro el día que asuman, como proyecto
pastoral, estos criterios.
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