El próximo domingo día 21 de
abril dentro de la fiesta del Buen Pastor, la Iglesia celebra las 50 Jornadas
Mundial de Oración por las Vocaciones, bajo el lema ¡CONFÍO EN TI! LAS
VOCACIONES, SIGNO DE LA ESPERANZA FUNDADA SOBRE LA FE.
Se trata de una jornada que,
nos invita a toda la comunidad eclesial a tomar conciencia de la necesidad de
pedir al Señor, de promover y amparar las vocaciones sacerdotales y religiosas
con la oración, así como la invitación a los jóvenes para que se animen a
plantearse la vocación sacerdotal o religiosa, como una opción válida en su
vida. Especialmente en estos momentos donde es frecuente escuchar voces de gran
preocupación en la jerarquía eclesial y en ciertos sectores laicales; ante la
tendencia a la baja en el número de seminaristas en los últimos años y de las
futuras vocaciones en las distintas órdenes religiosas que forman nuestra
Iglesia.
En la actualidad, la
vocación se entiende como la llamada de Dios, para atender a una comunidad de
cristianos. Mientras que, durante los primeros mil años de la vida de la
Iglesia, la vocación se entendía como la llamada de la comunidad, que elegía de
entre sus miembros al que consideraba más idóneo para educar en la fe a un
grupo de cristianos. Esta manera de entender la vocación estaba tan clara entre
los cristianos, que la condición indispensable, para que el obispo admitiera a
un candidato a la ordenación para ejercer el ministerio, era no que el sujeto
se ofreciera diciendo que Dios le llamaba, sino que se resistiera a ser
ordenado, porque se consideraba indigno y sin cualidades para un servicio tan
exigente.
Y para comprender un poco lo
que quiero decir, traigo aquí una breve historia que ocurría en una parroquia.
Hace algunos años, durante
la celebración de la Misa, un sacerdote estaba usando el rito penitencial para
bendecir a la asamblea con agua bendita. Apenas comenzaba el rito cuando el
sacerdote se dio cuenta que el sacramentario (el libro que se usa para las
oraciones durante la liturgia, hoy conocido como el Nuevo Misal Romano), se
había quedado en la sacristía. Sin decir una sola palabra, el sacerdote
inmediatamente se fue a traer el libro de la sacristía.
Mientras tanto el pequeño
monaguillo sin saber que era lo que le había sucedido al Sacerdote, tomó el
recipiente con el agua bendita y se fue caminando por la nave central de la
iglesia ¡bendiciendo y rociando a la asamblea con el agua bendita! La gente se
sonreía y se persignaba y se consideraban bendecidos. Tal fue así que, cuando
regresó el sacerdote, se rio y dijo: “Yo no pudiera haberlo hecho mejor”, y
continuó con la celebración de la Misa, considerando también por digna y buena
la bendición realizada por el monaguillo.
En esta historia de la vida real,
nos damos cuenta de cómo un pequeño monaguillo vio la necesidad y se sintió
llamado a responder y hacer algo al respecto. El niño había visto este rito
litúrgico antes –aquel que nos recuerda nuestro bautismo – y estaba preparado
para ser partícipe. En definitiva, en la Iglesia faltan sacerdotes o vocaciones
ministeriales, porque las autoridades de la Iglesia han puesto unas condiciones
que no permiten otra cosa, pues Jesús no impuso tantas condiciones, solamente
le pidió a los discípulos que le siguieran. Tenemos lo que la Iglesia jerarca
ha optado que tengamos.
No se trata de modernizarse,
sino de actualizarse. Por eso, este día deberíamos dedicarlo a renovar el concepto
primero de vocación y en segundo lugar dejarnos iluminar por el Espíritu Santo,
para encontrar los caminos propios de los ministerios en la Iglesia de hoy.
Debemos aprovechar esta jornada,
para dejarnos iluminar por el Espíritu Santo, y abrir nuestra mente y nuestro
corazón a él y, hacer una lectura más profética de nuestro horizonte y
preguntarnos:
- ¿ Qué caminos está
tratando de abrir hoy Dios para encontrarse con sus hijos e hijas en esta
sociedad ?.
- En función de estos
caminos, ¿Qué vocaciones debemos abrir y fomentar?
- En este AÑO DE LA FE ¿ Qué
llamadas está haciendo Dios a la Iglesia de hoy para transformar nuestra manera
tradicional de pensar, vivir, celebrar y comunicar la fe, de modo que
propiciemos su acción en la sociedad moderna ?.
Yo creo que, nuestra tarea
no es ser fieles a una figura de Iglesia y a un estilo de cristianismo
desarrollados en otros tiempos y para otra cultura. Lo que nos ha de preocupar
es hacer posible hoy el nacimiento humilde de una Iglesia, capaz de actualizar
en la sociedad moderna el espíritu y el proyecto de Jesús, como luz del mundo.
Pensemos en este AÑO DE LA
FE que, Jesús es, el «regalo» que Dios ha hecho al mundo, no sólo a los
cristianos. Estar en presencia del Padre, compartiendo la misión de Cristo y
dar testimonio del poder del Espíritu Santo, es lo que significa ser un
verdadero seguidor del Buen Pastor.
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